sábado, 31 de octubre de 2009

Creo que debiste llamarte Alejandra

Mil imágenes, a mil, laceran el grosor del papel con el apellido Pizarnik.

Ojos negros y un jersey gris en la soledad de una ventana de alfeizar oxidado.

Mil horas son y la mirada de los otros ha cambiado en algo,

con la comisura de los labios hacia arriba y a la vez hacia abajo.

Nada tiene sentido al mismo tiempo más que el absurdo sentido de las manecillas del reloj.

El tiempo físico despide hollín viendo al alfeizar donde unos cuantos cabellos de Alejandra reposan y se mueven al compás del viento

y el viento es el tiempo físico.

No tengo ganas de medirlo. Estará en el baile de los muertos la medida exacta,

en las calaveras esperando por la carne devorada por rabiosos canes.

La extracción de la piedra de la locura es el título y yo le he puesto el epígrafe de la búsqueda del tiempo perdido.

El tiempo perdido se ha sumado a los desérticos vientos que agitan el cabello de Alejandra,

lo empolvan y lo vuelven pastoso.

Ella nunca más podrá volver a peinarse.

viernes, 9 de octubre de 2009

Venus y Neptuno

El cielo acá tiene una forma convexa. Las nubes parecen colchones que se doblan hacia adentro y hacia afuera hasta perderse en el soporoso horizonte que une cielo y tierra, donde Artemisa descansa junto a sus presas muertas en un nicho de cal. Tal vez haya una puerta de arena para quienes debemos entrar y echar cerrojo, permanecer en el frío de un hoyo negro dejando atrás el horno del espacio exterior del asesino desierto. El agua, además, es salada. La lengua se me entumece un poco al probarla bajo la ducha. El agua de las cañerías vendrá de otro sitio o de una casa californiana en Beverly Hills, o litros de las aguas estancadas de Nueva Orleans. En mi piel resbala Nueva Orleans y en el silencioso espacio de esta oficina retumban los sonidos de los hipsters en un jamming con Allen Ginsgberg emborrachándose. El cielo es convexo y no se termina en la montaña andina, como el cielo de la ciudad de donde nací, donde nada pasa, el silencioso escándalo es obsceno, y el cielo es el mismo sobre nuestros pesares y el valle de lágrimas de las caras largas de los transeúntes.

¿Qué se yo de la felicidad? Todos creímos saber algo de ella o por lo menos rozarla en momentos de no permanencia, en la carcajada, en el chiste, en la perecedera y espontánea broma, en mis amigos abrazándome, en los abrazos ahora rotos. Me despedí de todos y vine a ver sonrisas y a incendiarme de las mentiras bajo un cielo distinto, el cielo del mundo, de otras mentiras. Es una falacia que el cielo no cambia. Alguna vez alguien me había dicho en sus tristezas que lo único que finalmente queda es mirar al cielo y darse cuenta de que siempre es el mismo. Pero jamás es el mismo. El cielo de hoy no será el mismo cielo del domingo. El cielo del desierto es diferente al cielo de Papúa Nueva Guinea. El cielo de ella habrá visto sus tristezas y quizá habrá llovido y la habrá empapado, y se habrá secado, y luego habrá granizado. Me iré a Chicago y habrá nevado y estará tan blanca la tierra que pisaré que transformará al cielo en celeste, no ese azul común, al que la mayoría de la gente se acostumbra a pesar de la diferencia de la posición de la nubes y la forma de esa octogenaria tropósfera. El cielo se dobla hacia adentro y hacia afuera, es curvo y tras de este hay un trono donde todos nos sentaremos a presenciar nuestras propias acciones. Nos laurearemos o nos latigaremos. Prefiero el látigo para sellar las heridas del viaje o las espinas de los saguaros viejos para tatuarme el sol de aquí junto a los planetas más cercanos a la Tierra. Cuando llegué me enteré de que Tucson había sido el mejor lugar del mundo para observar el espacio. Las noches son oscurísimas porque casi no hay postes para alumbrado nocturno. La gente acude a los observatorios a mirar a los astros. Así se viaja un poco, es cierto que hay otros planetas, asteroides, vías lácteas, satélites y just for that I stay in this paradise.

Hoy apenas fue un día de 30 grados centígrados. La gente se sobrecoje, sale a caminar en las calles y lo hace más lento. El sol no abrasa como en agosto, cuando las lagartijas enormes se echan en las piedras para tomar el sol, supongo que pasa lo mismo con las serpientes. Corals are corals, the snakes that bite not just the heels but the soul, the same condemned soul of us. Y es de cemento esta ciudad, 10 grados menos que Phoenix, en donde le culpan al excesivo cemento de calentar la ciudad. I am afraid of the heat like going to Death Valley where nobody lives, just 130 fahrenheit degrees.

El corazón de todos arde al unísono. Después se enfría y permanece solitario. Yo busco una pisadas, las mías, y las de ellos. Las puertas se cerraron a nuestras espaldas y los cerrojos están con llave. El pasado bajo las nubes frías y negras se disolvió en el smog de los 70 grados Fahrenheit y una ciudad obtusa. El pensamiento de los dos millones de habitantes, aquel que quisiera lanzar contra una pared de cemento, después de haber leído el manifiesto SCUM, de Valerie Solanas, se va por un excusado de Nuevo México.

Hace tres semanas estuve en Nuevo México. Claro, antes me habían contado sobre Roswell y los globos de Albuquerque. La cabezas de los aliens se iban formando junto a mis referencias de Giger y eran azules. El incidente ovni así como la llegada del hombre a la luna solo eran los sueños que hacían falta para ir en busca de lugares físicos que al parecer ni siquiera existen. Eso solo estaba enraizado en la cabeza de algunos. Llegué a una base naval, parte del orgullo del espíritu nacionalista de los gringos, donde el mundo se detiene ante O say, can you see, /By the dawn’s early light,/ What so proudly we hailed/ At the twilight's last gleaming? La América, como la conocen los españoles, ha sido así. Parecería que solamente esto existe en el mundo o al menos así lo quieren creer. A la vez miro con desprecio hacia atrás y un apasionado bostezo brota de mis entrañas como si todavía no hubiera vivido los capítulos más emocionantes de mi existencia. Y sin embargo la emoción brota de mis poros como si cada acto fuera en potencia el último que fuera a vivir.