lunes, 25 de mayo de 2009

'Kazbek habla sobre el proceso de creación artística, dispuesto a lo inesperado'

Entrevista al escritor ecuatoriano radicado en barcelona Leonardo Valencia.
Publicado en Libros para HOY, el sábado 23 de mayo
La literatura dentro de la literatura es el espíritu de algunas obras de la narrativa actual, lo que ocurre con Paul Auster o Harold Bloom, ¿cuál ha sido su intención para incurrir en este proceso?
En realidad es más el arte dentro de la novela. O el dibujo, si lo prefiere. Esta novela habla sobre el proceso de creación artística, que está siempre dispuesto a lo inesperado, a evitar un exceso de intenciones y dejar que la misma historia vaya proporcionando caminos nuevos e inesperados. Lo que me interesa es que cada nueva novela sea un recorrido distinto, y en esta me planteaba abordar una escritura que no se propone recrear un mundo del pasado cercano sino observar lo que el presente inmediato puede ofrecer a al proceso creativo. Los procesos de creación artística son apasionantes y está no solo en autores como Auster, sino en Ishiguro, en Thomas Mann, en Nabokov, en César Aira, algunos de mis escritores preferidos. En cine el más cercano es Woody Allen y, sobre todo, Peter Greenaway.

Quito, Barcelona, Guayaquil... sirven como un instrumento temporal y espacial para narrar historias dentro de historias o personajes dentro de las historias de los protagonistas…en Kazbek, ¿aún estos son un referente propio de su desarraigo?
Kazbek abarca esos espacios porque cada uno suma una parte de experiencia para sus protagonistas. Hoy vivimos en un mundo donde nuestras circunstancias están ligadas a varias lugares. Pero nunca trato de utilizarlos, simplemente la historia lo pide y hay que incluirlos para que no se rompa la armonía interna de la novela.

¿Con que se encontró de nuevo al escribir Kazbek en relación a El libro flotante de Caytran Dolphin?
Después de la exploración de El libro flotante de Caytran Dölphin no podía dar marcha atrás hacia novelas convencionales, las típicas novelas de cajón de sastre. Kazbek es un riesgo que asumí consciente del riesgo. Lo bueno de asumirlo es que uno se divierte si lo lleva a las últimas consecuencias. La acogida de los primeros lectores de la novela en realidad me ha sorprendido, precisamente porque la novela lo ha sorprendido.

Fernando Castanedo, de El País, dice que en Kazbek el artista busca secretamente a un maestro inexistente, y si hay maestro viaja con cada uno y lo demás es prescindible, ¿usted mismo ahora está buscando a ese maestro o este se encuentra viajando junto a usted?
Creo que los escritores siempre lo estamos buscando. Obviamente puede que no exista, pero ya la búsqueda y la ilusión de encontrarlo te lanza a la aventura. Creo que se escribe porque llega un momento en que los maestros, los clásicos o los autores que tanto admiramos y de los que hemos aprendido, no pueden llegar a un terreno que sólo nos pertenece a nosotros: el presente.

Si alguien le preguntara ahora mismo: si su obra fuese la obra de un personaje en una película real, ¿qué película sería esta y por qué?
Buena pregunta… Creo que serían la mezcla de dos personajes: el que hace de director de cine de 8 y medio de Fellini, y Barton Fink, de la película homónima de los hermanos Coen. Hasta podría imaginar a los dos actores, Turturro y Mastroianni discutiendo sobre páginas de Kazbek, echándolas por encima de sus cabezas y riéndose. Su pregunta me ha despertado esa imagen.

¿Hacia dónde siente que se está inclinando su literatura y, como una escena futurista, sobré qué y cómo se visualiza escribiendo?
Se inclina hacia el papel, escribiendo a mano, con una estilográfica, luego pasando lo escrito a la computadora, imprimiéndolo y luego de vuelta a corregir a mano, leyéndolo en voz alta. Y todo en un balcón enorme que mira hacia las dunas del desierto de Nazca.

domingo, 24 de mayo de 2009

Lacrimosa a la vista, en julio




Algunas fotos de Tilo Wolff y Anne Nurmi, y el arlequín característico, concierto para rendir culto al spleen posmoderno...

domingo, 17 de mayo de 2009

Trococó, entre showgirls y el ‘quiteñismo’



Fernando Espinosa Chauvin exhibe su obra fotográfica en El Container

“Sultana”, una sensible drag queen de cuerpo rechoncho con medias de red, vestida de leopardo y peluca rubia platinada, no regresó de Nueva York a su natal Egipto. Allá no puede mostrarse como gay. “Le cortarían el miembro”, dice el fotógrafo autor de la muestra “Trococó” . “Sultana” trabaja para Tiffany, una joyería en la “Gran Manzana”, y en la noche baila en una discoteca. “T-Boy”, discjockey, “Kim Ambience”, diva coreana, “Clover Honey”, millonaria drag fotografiada con una boa, “Epiphany”, monumental de 2 metros, “Logan”, “Sahara”, “Melinda”… son algunos de los sobrenombres de travestis con decenas de historias detrás de las fotografías de “Trococó”, del artista quiteño Fernando Espinosa Chauvin. “Esta obra es una búsqueda estética de la representación de los drags. Si te choca o no es problema tuyo”, manifiesta.
“Trococó” evoca la estética travesti y los marcos rococó usados en algunas imágenes, pintados con pan de oro. “Quiero mostrar la dicotomía que se da con estas fotos y estos marcos, que nosotros estamos acostumbrados a ver en las iglesias de Quito”, expresa. Los marcos fueron hechos en San Antonio, y dorados por Carlos y Ximena Revelo . Veinticinco fotos de este trabajo fueron exhibidos en una galería del Soho de Nueva York. El fotógrafo confiesa que buscó una línea estética que reflejara lo que es él, “una persona que vive en Nueva York 16 años pero con el quiteñismo cargado en su mochila”.
Treinta y cuatro drags llegaron al estudio de Espinosa en Nueva York, de entre 20 y 70 años, de todas las nacionalidades. Algunas habían tomado el metro ya vestidas, maquilladas y “entacadas”, otras arribaban con su ropa masculina, pero una vez todas listas, el fotógrafo arrancaba con un momento de descubrimiento total, en el que la intución y la esponatenidad instaban a que el travesti se convierta en la showgirl que lleva dentro. Esto le tomó al fotógrafo captar desde media hora hasta cuatro horas en aras del resultado deseado en una foto sin poses ni aspavientos. Así, con la travesura a la que se ha referido Susan Sontag, esta podría radicar en las fantasías de quien está detrás de la cámara y que son verosímiles e inapropiadas al mismo tiempo. “ Entre el fotógrafo y el tema tiene que mediar distancia…la cámara no viola aunque se entromete en actividades que pueden realizarse de lejos y con imparcialidad”, reza la escritora estadounidense. Por eso, Espinosa dice que no hay fórmulas para acceder al personaje de la fotografía porque las directrices no funcionan con todos. “Uno debe ir viendo cómo son, hay algunos rígidos y hay que buscar la conexión. Quizá le haces imaginar cosas, si se encuentran con un tipo, si son una estrella de cine, fórmulas para cada persona que se está fotografiando”. La intención del artista fue efectuar un trabajo serio acerca de la belleza de los travestis, su glamour, “a pesar de ser hombres” , lo que le tomó un estudio de seis años.

Sobre el artista.
Fernando Espinosa, quiteño, vive en Nueva York, Estados Unidos, 16 años. A los 12 años de edad empezó con la labor fotográfica. Imparte Talleres de Iluminación y Estética. Sus fotografías han sido publicadas en revistas y catálogos de Estados Unidos y Ecuador. Las influencias del artista son los fotógrafos Richard Avedon, Helmut Newton, David Lachapelle, entre muchos otros.
Espinosa es además es autor del libro Afrodisíaco que hizo junto a Jorge Vinueza en el año 2006. Se trata de un proyecto que conjuga en imágenes la sensualidad femenina de modelos y la provocación de la comida a través de la estética gastronómica.
Ha sido fotógrafo profesional de diferentes agencias de modelos internacionales como Ford Models, Elite Model Managment, IMG, Next y otras. Actualmente se dedica a trabajar para proyectos específicos como The Gates, en Central Park en Nueva York, o el libro Dubrovnik, en Croacia. The New Burlesque en NY y en Ecuador un libro sobre chocolate.
“Trococó” cuenta con 30 fotos que se exhibirán hasta el 5 de junio en la Galería El Container, en el Pobre Diablo, en Quito. Entrada libre.