martes, 24 de julio de 2007

El perfume: la seducción, el poder del psicópata


El agua más turbia que puedas beber.
La línea más curva que puedas trazar.
La trampa más bella en la que puedas caer...
La chica del año en la facultad.
Me gusta como hueles; ponte a salvo.
Recuerdo cuando eras portada en revistas,
el punto brillante inalcanzable.
Gastabas cada día una fortuna en cosméticos,
y objetos extraños que no usabas jamás.
Me gusta como hueles; ponte a salvo.
Marcabas como un paso de baile al andar,
y nunca querías pararte a pensar.
Animal de celuloide,
tus propios pensamientos quieren asesinarte.
Me gusta como hueles; ponte a salvo.
Corren los años de tu juventud,
desde el primer día empezaste a caer.
Alguna oscura conexión te lleva con frecuencia al psiquiátrico.
Tus partes médicos profecías alarmantes,
tu ojos llenos de aquélla luz demente.
Dejaste una frase de despedida:
"adiós, voy a buscar el paraíso".
Me gusta como hueles; ponte a salvo.
(Jorge Martínez/Ilegales)

Impavidez. Si de nombrar la característica más sobresaliente de Jean Baptiste Grenouille (El Perfume) se trata, precisamente sería aquella, la ausencia de denuedo ante la supuesta culpa. El Leitmotiv del psicópata excento de amor, moral y religión. La impavidez junto a un espíritu brillante cuya aprehensión raya en la racionalidad son características desconfiables que fácilmente seducen a los “normales”.

Simbólico resulta que Grenouille no huela a nada, ni a ropa rancia ni cloacas de París, de donde provino; una apología de su falta de empatía con algún humano. Imprescindible resulta que no tenga aroma alguno para que nadie lo quiera, tampoco le interesa que alguien lo ame, sino que esté a su servicio, cual amo que exprime hasta la última gota de sudor de su súbdito, como un vampiro que succiona toda la sangre de su presa.

Tom Tykwer lo supo dibujar bien. Quizá Grenouille, en la versión cinematográfica de este cineasta germano, sea lo magistral de su última obra. No importan siquiera los asesinatos cometidos en aras de sus obsesiones sino el garbo con el que los efectuaba, junto a la perfección para eternizar el olor de cada víctima.

Entre la belleza y la maldad aleteaba Grenouille, cazador de mujeres hermosas cuya belleza se respiraba en su piel, lo que Tykwer conjuga perfectamente con los colores. En una sinestesia la pelirroja que camina por una calle desolada cuya cabellera roza la blancura de un cutis terso que emana un aroma a duraznos, la primera víctima, a quien nunca olvidó por constituir el origen de su maldad sin culpa.

Tal vez Patrick Suskind construyó en el libro otra especie de psicópata, uno al que el espectador percibe de lejos sin esa literalidad que el personaje de la pantalla grande logra naturalmente y la que precisamente seduce, asimismo como el psicópata, a quienes miran el largometraje. La cinta no es una obra maestra pero está realizada con precisión, con absoluto cuidado en la historia cronológica de la trama, y el uso de una estética original al estilo “rojo” de Tykwer, un fetichista del tono pasional del cabello en las mujeres, que evidentemente se originó con el personaje de Franka Potente en Run Lola Run.


La historia fluye sobre la base del sentido del olfato. Las sensaciones primitivas del humano son los olores, toda una forma de comunicación instintiva, primaria en los animales. Primigenio y desarrollado en Grenouille, la única pasión obsesiva en su talento, la manera en que podían serle útiles los demás.

Grenouille, el asesino inserto en el glamoroso mundo del perfumista, elabora el complejo mundo paradójico del bien y el mal, entre Eros y Tanatos, y la belleza y la fealdad. En medio de diversos aromas: limón, almizcle, lavanda, clavo de olor, rosas y lilas, Jean Baptiste, con un porte aparentemente inocente, se extasiaba ante la sola presencia de una mujer que emane un agradable olor, pero más allá de eso se sobrecogía ante la idea de poder capturar ese aroma en alguna esencia. De esa forma se dio inicio la racha de asesinatos en los que Grenouille obtenía la piel y los cabellos de sus víctimas para convertirlos en un caro perfume. Sin embargo, el horror del homicida no radica en lo macabro de sus objetivos para despojar la vida de decenas de damas, está en algo que resulta mucho más interesante, el poder, especialmente en la seducción.

Ergo, el arma, más allá de la impavidez y el talento, es el poder que llegó a sus manos a través de un perfume, el símbolo de la seducción de este psicópata. En magistrales escenas simbólicas, Grenouille llegó a convertirse en un manipulador de masas, como tantos en la historia lo han sido, a cuyos pies la humanidad cayó considerándolo un dios a quien fue necesario obedecer. No tiene el don de la palabra, Grenouille posee el poder del aroma, la ambrosía de la seducción, para convencer a todos de que es un ángel caído del cielo y no un monstruoso ser humano.
El actor, el británico Ben Wishaw, definitivamente logra una estupenda actuación al encarnar a Grenouille. No tan novato pero desconocido en el plató de las famosa obras del séptimo arte.

El perfume realmente consigue unas exquisitas actuaciones que logran el fluir de sensaciones a través de los olores, formas y colores. Más que una historia que raya en lo sádico del hombre es un cúmulo de momentos seductores que consiguen una brillante contraposición con un personaje malvado: Jean Baptiste Grenouille, un psicópata hedonista cuyo poder radicó siempre en el olfato.

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