domingo, 20 de enero de 2008

XXY: quizá la decisión sea una falacia



Álex se llama y es XXY. Álex, un nombre ambiguo. Alexandra o Alexandro o Alexander, Alejandra o Alejandro. Ni hombre ni mujer, simple y llanamente los dos. La cineasta argentina Lucía Puenzo desarma todo paradigma mediante Álex, el protagonista de XXY.
XXY es parte del GLBTI (Gays, Lesbianas, Bisexuales, Transexuales y ¿qué? Intersex). Intersex no estaba catalogado en la clasificación de géneros de la agrupación cuyos colores son los del arcoiris. Ni siquiera conocía qué era eso de intersex. Bastó digitar estas letras en el buscador de Google y salieron fotos: una especie de falo con testículos diminutos junto a una vagina infantil. El hermafrodita no es gay ni lesbiana ni transexual, he entendido, es intersex.

El mejor logro de la latinoamericana hija de Luis Puenzo, que se llevó un gran reconocimiento por el filme leyenda La historia oficial, es haber llevado al cine a un personaje ficticio intersex pero que congrega todo un universo, no justificado y no aceptado, cuyo alrededor está pintado de mitos y tabués. Del hermafrodita no se habla. El tema de la homosexualidad o del lesbianismo satura programas mediáticos pero todos se apenan en reconocer el hermafroditismo, sobremanera complejo. El hermafrodita sí es considerado un fenómeno. ¿La cura rápida para esta anormalidad? La operación para volverlo “normal” que consiste en cortarle fácilmente lo visible, el órgano masculino, aunque su sangre esté plagada de testosterona. Este procedimiento últimamente es visto como castración.

A Álex no la (lo) castran. Sus padres biólogos deciden que lo mejor es que crezca apartada (o) del mundo que la (o) vio nacer en Buenos Aires para no recibir los coletazos de la estigmatización, ergo, la marginación. Tiene 15 años y es hora de decidir: ser hombre o ser mujer, no solo a lo que reducimos en la genitalización: macho o hembra, sino el género por el que se tradicionalmente se cumple un rol específico en la sociedad, con sus características y problemas.
Sus padres, de mentalidad contemporánea, sufren por ella (él) y con ella (él). Saben exactamente lo que es XXY o el síndrome de Klinefelter. La (o) dejan al libre albedrío para que tome el camino que ella (él) prefiera, para que con brío se sienta orgullosa (o) de tener el sexo adecuado, aunque su parentela en el fondo desea que continúe con la mujercita que creció a fuerza de medicamentos para contrarrestar la virilización. Lamentablemente la biología impide que sus pisadas continuén por esta vía.

Álex se está desarrollando sexualmente, seguramente sus padres buscan los profesionales adecuados para realizar la operación, una vez que su hija (o) haya optado por tal o cual género. No obstante ella (él) pone los ojos en el hijo adolescente del médico que visita a la familia de Álex en la cabaña donde viven alejados del mundo.
Con las costillas sobresaliendo de un cuerpo asexuado, anoréxico y andrógino, Álex descubre los placeres del sexo sin cumplir un rol fundamentalmente femenino como el espectador podría haber predicho, más bien Álex impide que Álvaro, en la antesala de la cópula, toque sus genitales y lo voltea para penetrarlo, y cumplir lo que evidentemente es el papel del macho en el apareamiento. Esta escena truculenta es descubierta por el padre de Álex, Kraken, y trastoca el panorama que se ha creado en torno a las decisiones de su hija. Por otro lado pone de manifiesto la bisexualidad u homosexualidad de Álvaro, que empieza a ser la piedra en el zapato de su padre, profesional de la medicina. La otra escena que resulta realmente cruda es el intento de violación que sucede en la playa desolada, cuando el dolor de Álex se cimenta sobre la burla y el rechazo de quienes ven su “pija”. Quizá Álex está conforme con su cuerpo pero no con la forma como la/o ven los demás.





¿Qué hay que decidir? se cuestiona Álex. Tal vez no haya nada que decidir, esa es la cuestión del bien logrado largometraje. Este personaje no quiere optar por nada, prefiere permanecer así como es sin ser hombre o mujer o tal vez siendo los dos a la vez. ¿Qué tiene que escoger el XXY? ¿Y si no escoge nada?

El multifacético Ricardo Darín, que ha llenado de momentos de nostalgia y comicidad la historia de la cinematografía argentina con El hijo de la novia (Juan José Campanella) y Nueve reinas (Fabián Bielinsky), y algunos malogrados filmes, ahora es un padre que rebosa de frustración y laconicamente construye un personaje perfecto. Kraken logra lo contrario de su mujer, Suli, encarnada por la actriz Valeria Bertuccelli, que no encaja como madre de Álex, sino como una hermana, incluso para ser su madre en apariencia es muy joven. No tiene la suficiente fortaleza materna y su papel se fragmenta por una evidente inmadurez actoral, independientemente de si esta fue la intención de la directora.
Álex (Inés Efron) es muy natural, con su simpleza consigue armar un personaje lleno de conflictos en el que chocan la rebeldía, la ira, la acidez, así como sus lágrimas sin gestos de dolor. Resulta en ella (él) más frustrante su aparente impavidez ante el dolor que el melodrama de un dolor en sí mismo que su directora pudo haber plasmado.

En un espejo, un espectro, un alien. Es lo que la (lo) diferencia del universo de dos géneros. De ojos enormes y huesos largos, Álex empieza a aceptar la imagen que ve proyectada en su vestidor, quizá por eso rechaza la tan esperada decisición por parte de sus padres. Se contempla por largo tiempo y no le molesta el observarse a sí misma (o). No hay opción para ella (él) aunque confluya en un mundo de confusiones. La decisión representa el dolor y Álex ya no quiere más dolor. XXY, uno de los mejores estrenos 2007, con la esencia de la vida cotidiana y la sencillez del ser humano pone de manifiesto el monstruoso hermafroditismo que acostumbramos a esconder en el ático de la casa.

martes, 15 de enero de 2008

Javier Bardem, el amante llorón


El amor en los tiempo del cólera, la obra del nobel colombiano Gabriel García Márquez, exalta el tema del amor en medio del ambiente de la guerra, la epidemia y los inicios del s. XX. Florentino Ariza, su personaje principal, ama 53 años, 11 meses y cuatro días, y jura fidelidad a la mujer de su vida, Fermina Daza -aunque ella se haya casado con otro-, hasta el ocaso de su existencia. Es uno de esos amores grandiosos, etéreos, poco terrenales y difíciles de ajustar en las dos horas promedio que dura una cinta.

Quizá uno de los mayores retos a los que se enfrenta cualquier director de cine es la adaptación de una obra literaria a la pantalla grande. Y ha habido grandes aciertos como La naranja mecánica (obra de Anthony Burgess) llevada al cine grandiosamente por parte de Stanley Kubrik o Trainspotting (del literato escocés Irvine Welsh) dirigida por Danny Boyle, aunque este mismo después de dirigir La Playa, del escritor Alex Garland, tampoco se llevó el respectivo palmarés. Asimismo, Kubrik, al dirigir Lolita (la obra maestra de Wladimir Nabokov) no se encontró con críticas favorables. De todas formas es pertinente decir que comparar dos soportes artísticos totalmente distintos como lo son una película y un libro no es factible. Cada uno tiene una lectura y recepción disímiles.


Ahora bien, contextualizándonos a obras más cercanas a nuestra cultura, Fermina Daza y Florentino Ariza, los personajes garciamarquianos que marcaron un hito en la literatura hispanoamericana, de El amor en los tiempos del cólera, fueron llevados al cine de la mano del realizador norteamericano Mike Newell, conocido en el ámbito del séptimo arte como un director de enlatados comerciales. Fue también director de la comedia La sonrisa de Monalisa y de una parte de la saga de Harry Potter. Newell es sin lugar a dudas un experto en la cultura que merodea a la verborrea anglosajona. Por este motivo resulta contraproducente la mixtura del rico idioma español, esencial en una obra de literatura hispanoamericana, con el inglés hablado por algunos actores que conocen perfectamente la lengua de la “Madre Patria”. Este detalle conduce al filme a una hibridez innecesaria.

Tampoco está demás decir que el personaje que más expectativa ha causado con este estreno es Javier Bardem, quien encarna a un melodramático y llorón Florentino Ariza que, al contrario del libro, raya en una empalagosa cursilería. Si bien es cierto que Florentino Ariza es un personaje patético per se en la obra de García Marquez, en la cinta constituye un caracter sobreactuado.

Por otro lado, sobre la base de los personajes, el tiempo pasa forzosamente mediante el recargado maquillaje y ademanes exagerados de los protagonistas para mostrar a los espectadores que ya están ancianos: las jorobas de Fermina y Florentino, el caminar excesivamente pausado, la escena sexual en la que él resulta chocho y hasta torpe, entre otras escenas que resultan cómicas.

Hay que reconocer que es tal vez la esencia de la cinta la actuación acertada de la actriz que representa a Fermina Daza, la italiana Giovanna Mezzogiorno, y que logra trasmitir la frescura y el garbo con que García Marquez dibujó a este personaje. Acotaré que su presencia es lo más notable de la obra. Mezzogiorno es una excelente actriz que imprime de aciertos a la obra con su placidez y su belleza apacible. Ella logra trasmitir esa estética de inicios de siglo y esa deliciosa Fermina Daza que imaginamos en los parajes de la literatura.

Independientemente de las imperfecciones de la adaptación, la obra de cierta forma engancha al público con sus intentos de comicidad, el ambiente causi exótico, entre los referentes europeos, cartaginenses y selváticos junto con la voz de Shakira, otro ícono comercial proveniente de Colombia, lo que llama la atención del público. Y no faltan los que lloran al unísono con la voz poco armoniosa de 'Cada día pienso en ti'. Diré que el oír la voz de Shakira en algunas secuencias de la película empeoró la visión que tuve de este largometraje al inicio.


El espectador seguramente se divertirá con esta historia, pero quienes esperan un resultado similar a la magistralidad de El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, se encontrarán con una gran decepción.