La banda sonora de mi despedida: esos ruidos sordos de la TV
que están en la habitación contigua a la mía junto con ese olor tan único de
anochecer a las 6.38 pm. Afuera, el perfil majestuoso y fantasmal de las
montañas que parecen morir y morir. Y mi dolor de no volverlas a ver aparece.
Dolor porque el tiempo pasa y con él morimos de a poco,
dolor de tráfico imposible (de ese atolladero de lágrimas y
hastío),
dolor porque esta ciudad ya no me pertenece,
ya no alcanza en los bolsillos de unos pantalones flojos
caminando en un espacio cualquiera en 1998…
Dolor de 10 grados centígrados más y de tristeza de un
veranillo poco bienvenido.
Dolor porque morí en esta ciudad,
muriéndose también ella cuando decidí irme.
Dolor por los que están por irse y para quienes la ciudad se
va desvaneciendo en su cuerpo, en sus arrugas, en su mirada quimérica.
Oigo una canción en la que escucho mi regreso…saudade, sehnsucht, homesick. Pero retornar
a un espacio medio-vacío-muerto me salta a un tiempo desconocido en el que ya
no calzo, pero del que absurdamente tengo nostalgia.