domingo, 29 de abril de 2007

Buddha Sounds visual

Con ustedes, Buddha Sounds





Alejandro Seoane, el mentalizador de Buddha Sounds





Una de las bailarinas del performance


The Apsaras



La intensidad de los ritmos electro/orientales sobre el escenario del Teatro Bolívar. Un evento memorable

miércoles, 25 de abril de 2007

La estética o el horror del “heroísmo”



“Muero como Jesús para inspirar a los agredidos”
Cho Seung-Hui



¿Todavía crees que soy sexi?, le pregunta Mallory Knox a una de sus víctimas mientras le apunta con un revólver en la primera secuencia de la controversial Asesinos por naturaleza (1994) de Oliver Stone. Escena que configura el oxímoron dulzura-violencia en un personaje que engancha a sobremanera al espectador independiente de mediados de los años noventa influenciado por las primeras obras de Quentin Tarantino. Es imposible poner en tela de juicio el tema de la empatía cinematográfica del espectador común del cine de Hollywood: su gusto por la violencia, que asimismo -a manera de oxímoron- la repudia en su contexto plagado de violencia tanto en los medios de comunicación como en las escuelas y universidades de pueblos grandes y pequeños de un país tan diverso como los Estados Unidos.

En una obra cinematográfica contestataria resulta provocador que en una figura encarnada por Juliette Lewis exista una asesina atrapa-hombres, y que, además, sobre la base de su arquetipo venusino pueda amar visceralmente de la misma forma que exterminaría a la humanidad a fuerza de balazos. Sin embargo, es imposible que este tipo de historias -como sucede así en el largometraje La asesina (Point of No Return) (1993), de John Badham, en la que Bridget Fonda constituiría una suerte de Mallory Knox sofisticada- formen parte de la psicología estructural de una sociedad moralista y occidental. En el ámbito del séptimo arte, estos personajes, entre otros, se han convertido en heroínas, sin dejar de lado a la legendaria Bonnie, que fue representada por Faye Dunaway. En el marco de sus historias triunfan gracias a la astucia y a la belleza que las caracterizan sin necesidad de transformarse en mártires de la sociedad a la que rechazan. No dejarán de ser heroínas así tengan que morir en la historia, tampoco dejarán de ser íconos de los imaginarios urbanos influenciados por el séptimo arte.
De esa forma, la sociedad estadounidense es una contradicción: aman como repudian a la violencia.

Y es innegable que temas tan escabrosos como violencia y muerte hayan sido tratados en ciertos casos a la perfección desde la estética del cine, cuando la violencia se transforma en un tema para ensalzar o un tópico reelevante en las artes. Un ejemplo claro es Elephant, de Gus Vant Sant, que parte de la masacre en Columbine para realizar un interesante experimento temporal que obtuvo varios premios; o combinar la primera secuencia (la del asalto en un bar) con 'Waiting for The Miracle', del músico poeta Leonard Cohen, y 'Shitlist', de L-7, en Asesinos por Naturaleza. Así como la recurrencia de la belleza armónica de Beethoven en contradicción con la violencia de Alec en la Naranja Mecánica cuya estética es evidente en las mentes de Alex y Eric, en Elephant.
Por demás está decir que es destacable Tom Stall (Viggo Mortensen), en un inicio el héroe de un pequeño pueblo de EEUU en la última cinta de David Cronenberg, A History of Violence, quien asesina por defensa personal y de quien se descubre tener un largo historial en la lista negra de mafiosos peligrosos, aun así no deja de ser nunca el héroe que sale ileso de cada enfrentamiento en los que mata sin compasión a otros miembros de la mafia que dijeron ser sus amigos, entre ellos su hermano. A la vez es monstruoso y repudiable.

No sería extraño que Cho Seung-Hui, el victimario de la High Tech de Virginia, se convierta a través de la pantalla grande en un carácter mitificado al máximo, donde no necesariamente será el héroe pero tampoco el “monstruo”, después de una misiva en la que afirmó sentirse como Cristo a favor de los que, al igual que él, sufren los efectos de una sociedad compleja.

Los asesinatos en establecimientos educativos: efecto dominó


Cronología de masacres en escuelas de Estados Unidos: Columbine, el catalizador de una serie de eventos de violencia.

Abril 1999: Dos adolescentes asesinan a 12 estudiantes y un profesor y luego se suicidan en la escuela secundaria de Columbine, en Colorado.
Mayo 1999: Alumno mata a seis estudiantes en Georgia.
Noviembre de 1999: Un estudiante mata a una compañera de aula de 13 años de edad en Nuevo México.
Febrero 2000: Una niña de seis años de edad muere por los disparos de otro alumno.
Marzo 2001: Un alumno abre fuego en una escuela de California y mata a dos estudiantes.
Abril 2003: Un adolecente mata al director de una escuela en Pensilvania y después comete suicidio.
Mayo 2004: Cuatro personas resultan heridas en un tiroteo en una escuela de Maryland.
Marzo 2005: Un alumno de Minnesota mata a nueve personas y luego se quita la vida.
Noviembre 2005: Un estudiante de Tennessee asesina al vicedirector de una escuela y hiere a dos trabajadores administrativos.
Septiembre 2006: Un sujeto asesina a una estudiante adolescente de las dos que había tomado como rehenes en una escuela en Colorado y luego se quita la vida.
Octubre 2006: Un hombre mata a cinco niñas en una escuela de la comunidad amish en Pensilvania para luego suicidarse. Dos días más tarde, un adolescente mata al director de una escuela en Cazenovia, Wisconsin.
Abril 2007: Un pistolero asesina a una 32 personas en la universidad Virginia Tech, en Virgina.

Cho, espantoso "mártir"


“El gobernador Kaine nombró el jueves una comisión de expertos independientes encargados de estudiar qué podría haberse hecho para evitar esta masacre.
La investigación reveló que el asesino, Cho Seung-Hui, quien se suicidó luego de matar a 32 alumnos y profesores, había provocado inquietud mucho antes de este drama por su comportamiento acosador hacia varias muchachas.
A pesar de que era conocido por los servicios policiales y de salud mental, el muchacho surcoreano pudo comprar con toda legalidad dos pistolas y una importante reserva de municiones.
Los videos, cartas y fotografías que envió el mismo día de la matanza a la cadena de televisión NBC muestran un joven visiblemente perturbado, lleno de ira y violencia”. (Tomado de AFP)


La matanza en la High Tech de Virginia, en Blacksburg, ha sido la más terrible que ha sucedido en los Estados Unidos a manos de un estudiante de Filología Inglesa que siempre fue visto por sus profesores y compañeros como un ser aislado y perturbado que escribía historias obscenas en sus ensayos literarios. Tenía 23 años.


Cho ratificó ser el humillado, el agredido, la víctima donde confluía la ira de la humanidad con los desequilibrios psicológicos que la vida urbana impone. Sin duda el ser lleno de odio que celebró la memoria de Eric y Alex, los adolescentes homicidas en Columbine, a quienes llamó mártires, en el 9.º aniversario de esta masacre, donde 13 personas murieron. Pero Cho “lo celebró con grandilocuencia”, 32 asesinados. “No había una sola víctima con menos de tres agujeros de bala”, indicó a la CNN el doctor Joseph Cacioppo, del hospital de Montgomery en Virginia. Podría ser monstruoso viéndolo todo desde el ojo que juzga un hecho real desde el punto de vista de la audiencia. Es monstruoso, pero la sociedad que podría gustar de la violencia en la industria del entretenimiento también podría ser monstruosa para un desadaptado. Es un efecto que raya en la complejidad de la mente humana y que incluso está enmarcado en el conjunto de patologías psiquiátricas que se les ha olvidado considerar a las leyes norteamericanas antes de vender un arma cuyo destino siempre es incierto.


“Una nota del diario español El país señala que en la actualidad hay 65 millones de pistolas en circulación en los Estados Unidos y precisa que uno de cada tres norteamericanos está armado, y muchos fuertemente armados”. No cabe la menor duda de que cada ciudadano vive o se inventa su propia película donde aspira siempre, con un poco de suerte, a ser el héroe homicida en pos de su defensa personal o de la comunidad que lo rodea.

jueves, 19 de abril de 2007

Danza y brujería


And you want to travel with him
And you want to travel blind
And you think maybe you'll trust him
For he's touched your perfect body with his mind.
(Suzanne, Leonard Cohen)


“La brujería es más que gatos negros y gente desnuda bailando en un cementerio a la medianoche, hechizando a otra gente. La brujería es fría, abstracta, impersonal. Por eso llamamos el acto de percibirla el vuelo a lo abstracto o donde cruzan los brujos. Para resistirnos a su pasmosa atracción debemos ser fuertes y resueltos; la brujería no es para tímidos ni pusilánimes”. (Abelar, Taisha. Donde cruzan los brujos).
Al entender desde este punto de vista espiritual a la brujería, resulta suficiente percibir en lo más mínimo al hechicero que habita en cada bailarín. Si no se percibe a este brujo, el hacedor del movimiento desde el punto de vista espiritual simplemente no existe. No descarto la estética elaborada a base del rigor del ballet en personajes como Nijinski o Pavlova, es insuperable su habilidad para la minuciosa técnica rusa y quizá lo sea para la eternidad, cuando se exalte su pasión por encima del racional ballet. No estoy menospreciando la forma de conocimiento lógica o quizá sensitiva (que no es lo mismo que sensible); sin embargo ella, en el ámbito de las artes, es solo una herramienta que conducirá al bailarín hacia la panacea de la creación: la libertad. Y en este campo lo racional deja de tener lugar.

Los bailarines como Kléver Viera se mueven con pases mágicos. Hasta llegué a elucubrar que se relacionaban con la Tensegridad, y la ideología de Carlos Castañeda y Taisha Abelar; sin embargo no está tan lejos de aquello. Lo que logra Viera no es descriptible mediante una aprehensión racional, con la que sí pudo haber trabajado para aprender release, contact o Graham, es un cúmulo de sensaciones corpo-espirituales que elevan al ser humano que baila hacia otros estados; es lo que quizá la dopamina logra con el ejercicio corporal. Sin embargo, a esta especie de pases mágicos hay que sentirlos y no estudiarlos. “Tu estado interior es reflejado por tu forma de moverte, hablar, comer o colocar piedras. No importa qué hagas mientras reúnas energía con tus acciones y las transformes en poder”. (Abelar Taisha. Donde cruzan los brujos).

Y para comprobar el ángel o el demonio de los íconos de la danza, es indispensable observar magnánimos representantes desde la posguerra en las magistrales obras de Kurt Joose en quienes la gestualidad ya representaba el signo de la emocionalidad pensada, sentida y digerida, o William Forsythe junto a la minimalidades de John Cage, o la misma Pina Bausch, quien se ha tomado en serio lo de theater a tal punto que ha trascendido como actriz.
En mi corta carrera de estudiante de danza han sido varios los nombres recurrentes y representativos de varias corrientes dancísticas en cuya ideología se supera el nombre de una técnica corporal, sino que se nos dio a conocer incluso la estrecha relación de la danza con la psicología, sociología, medicina e incluso filosofía. La danza es inherente al ser humano, es decir, está implícita en todos los campos de la existencia partiendo de la danza concebida primigeniamente como movimiento. Aquel que podría ser un sinónimo de cambio, buscado desde siempre por el hombre. Y buscar aquel movimiento en la danza es hacer un ritual estético de contacto continuo con el dios que llevamos dentro.

Y me atrevo a decir que Viera es el único que ha construido su dios, o su demonio, explícito ante el público, en su trayectoria, la única que resalto entre los pocos nombres que ha dado a luz el ámbito dancístico ecuatoriano. De todas formas hay que reconocer que la Compañía Nacional de Danza, fundada en 1976, fue la primera entidad formadora de bailarines en la capital del Ecuador y que a su haber ha contado con el trabajo profesional de personajes más bien de técnicas clasicas y neoclásicas que creen que lo más admirable es la elasticidad y el talento corporal técnico de cada bailarín. Yo he conocido a Viera no solo como bailarín y coreógrafo sino como maestro, el único en esta ciudad.

A Viera yo lo percibí como un bailarín innato cuya herramienta indudablemente era el sexo y no me refiero el género sino al poder instintivo que rige en los movimientos espontáneos de lo innato. Siempre misterioso y con un halo de claridad y oscuridad a la vez a su alrededor él es indudablemente el brujo que hace y deshace con el movimiento en pos de una estética que conmueve al espectador, quien nunca podrá mantenerse impávido ante alguna de sus creaciones. Yo diría que el dolor y la angustia son sus principales referentes, claro, muy usados ante el absurdo de lo urbano-contemporáneo actual en las obras de las manifestaciones artísticas de los últimos tiempos. Lo observo como un peatón de las calles en busca de algo para digerir por medio de sus huesudas manos y de sus rasgos envejecidos por el tiempo, en su tamaño y en su contextura delgada podrían resultar tan fuertes a través de sus ojos que embrujan al público desde el escenario.“Sabrá entonces que el poder tanto tiempo perseguido es suyo por fin. Puede hacer con él lo que se le antoje. Su aliado está a sus órdenes. Su deseo es la regla. Ve claro y parejo todo cuanto hay a su alrededor. Pero también ha tropezado con su tercer enemigo: el poder”. (Castañeda, Carlos. Las enseñanzas de Don Juan)

He llegado al punto de ver a la danza como la seducción del causi dios que habita en el talentoso bailarín, que no se solamente se manifiesta en el escenario de un teatro. Su luz o su oscuridad es integral.

martes, 10 de abril de 2007

La temperatura actual de Betty Blue


Cantidades de epítetos que dibujan de la imagen de Betty Blue se fundirán con la temperatura que causa el sol canicular en el verano de las costas francesas, 37º2 le matin. No tengo casi nada qué decir, solamente pronunciar los grados de temperatura de la mañana en el bungalow de Zorg, lo que me lleva enseguida a pensar en la temperatura de la vagina fértil, de la matriz hambrienta de Betty Blue.
No es necesario dar antecedentes sobre una obra maestra del cine galo. Basta con decir que a partir de 1986 casi nadie ha expuesto tan brillantemente el interior de una mujer “que buscaba algo que en este mundo jamás existió”. Cantidades de epítetos atribuidos al personaje de la francesa Beatrice Dalle -que parten desde la esquizofrenia de una mujer fragmentada por un dolor inventado hasta la misma borderline violenta que se autoflagela y a quien pintan con colmillos de vampiresa- solo intentan acercarse en lo más mínimo a un estado difícil de describir. Discrepo de la última adjetivación.
Betty pensó que el amor la iba a sacar de los recovecos de la cuasi demencia tratada con reguladores de la química cerebral. Casi lo logra. Pero el amor terminó por destruirla, un amor-esperpento formado con los estados ansiosos de la idea de un hijo con Zorg, el soporte de Betty para no caer de golpe hacia la tierra y hacerse añicos.
37º2 debía ser la temperatura basal de la vagina para concebir, el último deseo de Betty, mientras en ella ahora confluyen todas las mujeres del universo. Se incendiaba de pasión y construía sus jornadas a base de infantiles manías que pudieron conseguir lo que ella andaba buscando con desesperación. Apenas tenía 20 años y las caderas grandes. No se le han visto sus colmillos de femme fatale solo sus grandes ojos perdidos donde se reflejaba la angustia de la humanidad en la emoción de la Afrodita del Universo. “Eso eres Betty”.
El tenedor o la peinilla en sus manos. Todo para sangrar en los demás y reflejar la hipérbole fragmentada de la neurosis y de obsesiones compulsivas que el espectador puede percibir desde el inicio del largometraje. Todos los desequilibrios considerados patológicos reflejaban sus estados: piromanía, síndrome obsesivo compulsivo, ansiedad, cuasi bulimia, manía, depresión, alucinaciones, autoflagelación. Y no estaba loca. El mundo no era para ella.
La risa exagerada fluyendo de sus labios carnosos y gritándole a Zorg. Lo exterior la enfermó, nació en el mundo equivocado, aun así cientos de mujeres se reflejarán en ella y en su dolorosa relación en la que el amor lo podrá todo, incluso aceptar a la muerte como medicina, la que al fin juntará de nuevo a dos seres que se han declarado inseparables.
El papel magistral de Beatrice Dalle es Betty Blue, sin chistar. El personaje de Betty la ha superado como actriz para siempre y ha pasado a ser el Leitmotiv de muchas otras obras de arte, y quien a través de una escandalosa belleza y personalidad ha conseguido que el mundo esté a los pies de un dolor con ojos negros.
Quedan tan solo las cantidades de epítetos: loca, esquizofrénica, insoportable, violenta, maliciosa, maníaca, dramática, neurótica, psicótica. Buscaba lo más simple en la vida de un ser humano: algo por lo cual vivir, y en cuerpo y en alma hasta sangrar. Al verse despojada de esos sueños que nos “enganchan” a la Tierra se producían sus paroxismos demenciales que la conducían a ese mundo en donde quizá habitaba ese algo que estaba buscando con extrema ansiedad.
“Allá está tu hijo, Betty, y Zorg irá después con su libro publicado”. Se cierra el último capítulo de Betty Blue.