viernes, 30 de julio de 2010

domingo, 11 de julio de 2010

Journal 1

El futuro se forja, bueno lo forjo en realidad, a medida que el viento chilla escandalosamente. Nunca había oído al viento chillar de esa manera, va a llover, seguramente no parará hasta la madrugada. Cuando pare, dejaré de pensar; es demasiado obsceno pensar hasta lacerarse el pensamiento mismo, como arrancar la hierba de un pasto artificial o los espinos de un saguaro bajo el insoportable sol del verano, aquí, donde no está nadie más que yo. Y arrastra consigo unos tronquitos, cuyo desprendimiento no les debe haber dolido a los árboles. No los escuché llorar. Solo el viento lo hacía, no debe existir otro lugar en la tierra en la que el viento se queje tanto al dejar su rastro en el espacio y no regresar jamás a los sitios por donde transita. Yo escribo, porque así no debo pensar en otra cosa más que en lo que estoy escribiendo, ahora solo puedo pensar en García Madero, hoy lo conocí. Lo que se me grabó fue el café Quito, en el DF, en donde se ha reunido dos veces, hasta ahora, con su grupo de viscerrealistas o vicerrealistas, como se hacen llamar, y me río con ese humor visceral de Bolaño creando un personaje “patibulesco” pensando, a su vez, en borrachos patibulescos y escritores de medio pelo, solitarios, con ganas de un revolcón. Ahora no hay presente, es como un espejismo, pienso que en ningún lugar hay un presente concreto, por ejemplo ahora estoy escribiendo y a la vez dejo de teclear, entonces ya no estoy escribiendo, pero lo que sí sé es que escribí o que escribiré, mejor, espero, pero no es nada concreto, ni sé si sirva de algo. Bueno, sirve para no pensar en otras cosas más que en el acto mismo de crear un texto de referencias de cuatro horas de lectura. Bolaño y su genialidad. Creo que él quiso nacer en Sonora, algo tendrá ese sitio y por algo estoy tan cerca de él. Me es estrictamente necesario este acto, solo pensar en algo bonito, como Barton Fink al frente del cuadro (where a woman sees the waves wash ashore), solo en Los Angeles sin conocer muy bien a su vecino idealizado porque es lo único que tiene en la vida, bueno, él y la muerta que aparece luego en su cama, la amante de un guionista famoso y decadente. Por eso el presente es todo y nada, es más nada; cuando es pasado, ya es algo, es mejor regresar a ver a algo, porque existe, que ver un espejismo en potencia ya que no tiene un significado concreto. El futuro será lo que yo quiero que sea, eso ansío, lo que bien amo será mi herencia. Algo así leí en Tinísima, es un canto de Ezra Pound. Lo leía Tina Modotti junto a Charles Wenston, Tina lo escribíó cuando Wenston, su amante, se fue; más que por amor, lo repitió por soledad, aunque la Modotti nunca estuvo sola del todo, los excitados nervios de su cuerpo eran tan potentes que podrían haber parido otra mujer, como Tina, tan de acuerdo con su cuerpo, que produjo cortocircuitos en todos los hombres que la conocieron. Mi presente empieza siendo éste y terminará como empezó: con los cuadros naif de Nahui Ollín, los autorretratos de inmensos ojos verdes, pensado en el Dr. Atl más que en nadie, en nada, solo en amar y nada más que amar. Amar. No está del todo mal, amar y escribir. Esto último cuando no se está amando. Con las fotos de Tina Modotti y Richard Avedon, el pasado que se une a los vagones del futuro, claro con un espejismo de presente, que no es nada, que pasa a lo concreto cuando es definitivamente algo que ya pasó; con las primeras páginas de la novela de Bolaño que ganó el premio Herralde en 1998; con Television Personalities y Tangerine Dream. He progresado, sé algo más, pero hay un vacío y ese está en mi cuerpo. Sometimes I do prefer my body than anything. Happy body. Y el corazón es solo una extensión del cuerpo, como los labios son una extensión del corazón, un beso es más sagrado que la cópula, pero los besos se diluyen en los labios de quienes entregan sus besos a cualquiera. I rather choice to know no name men. Creo que su nombre los contamina y mi nombre los condena a vivir encadenados. Es mejor así, siempre será mejor…
“Muchos novios. Los recuerda menos que la sutilidad de sus sentimientos por cada uno, el amor compasivo que siempre sintió por Pepe Quintanilla, el amor-odio por Vittorio, la inmensa admiración por Edward, cómo la atrajo. No buscaba saber lo que hacía Wenston en California aunque se enteraba sin quererlo. Cada uno le había dado un sonido nuevo, un tiempo distinto, su espíritu, su estatura, cada uno había caminado sobre las olas hacia ella; ella, su cabeza sobre el pecho en turno. No quiso saber cuál sería el porvenir, ese desconocimiento era su forma de libertad, qué libertad abrazarlo, hacer que hundiera en su vientre el tamaño de su pene! Ellos querían seducirla para siempre, hacían proyectos, ella no, “te quiero para mí”, decían; en ella, ningún deseo de exclusividad. Así como de niña en Udine no le enseñaron a creer en dogma alguno, así Tina no escogía para sí. Retener, poseer, creer que se es para poseer le era tan ajeno como la economía doméstica y, hasta la fecha, no se daba cuenta que su forma de irse los enloquecía; seguramente lo mismo les sucedía a los hombres, cada amante era un nuevo descubrimiento de sí mismos a través de la estrechura de su vagina, la intuición tras de su frente, el atroz o brutal o soberbio misterio en sus ojos, la inconmensurable maravilla del cerebro humano posado allí sobre la almohada. Eladia, audaz, hermosa, coqueta, se enteraría muy pronto de la complejidad del encuentro amoroso; a ella también la seguían los hombres, pero ojala y en ella jamás anidara un muerto, ningún Julio Antonio latiendo en su corazón, abriéndolo, rajándolo…”. (Tinísima, de Elena Poniatowska)

jueves, 8 de julio de 2010

Viaje

Era un ave con plumas finas, de color terracota, con un pico rajado. Seguramente le dolió en ese instante que se golpeó cuando intentó cazar una víbora que dormía sobre una milenaria roca. Yo pensaría que era un águila, por su imagen majestuosa, sobre la culebra de anillos rojos, ahí es cuando vi el color verde meneándose, alguien con una capa verde, decenas de hombres con capa verde, esperando algo. Sí, es inherente, de nosotros los humanos, la espera, pero hasta esperar, algo pasa que no esperamos y quizá la espera siga pero ya no es la misma, jamás lo será, como ese águila, diferente al resto de aves de su especie, por chocarse contra la piedra, aunque optó por una nueva estrategia de caza y descubrió que podía sobrevivir con otro alimento, bajo el mismo sol, ese que sí cambia de acuerdo al lugar, y el lugar que también cambia a los humanos. Regreso y no soy la misma que partió de este sitio. No nos hace falta ser los mismos, no es imprescindible la inmutabilidad, eso es para la ficción. La permanencia y lo finito no existen: él decide morir, en otro lado se decide la muerte de alguien, y yo saltando de nube en nube, soñando con ese águila de pico ahora roto. Pienso que no volverá a alimentarse, al menos de carne; de hoy en adelante le tendrá miedo a las rocas. La que soñaba con el águila se tinturaba el cabello de borgoña porque alguna vez había visto a una actriz de cine argentino con ese mismo color. Era feliz, por eso reía, cuando lloraba era porque alguien se había muerto o porque veía a esa misma actriz sufriendo en carne viva lo que había leído en una novela, en la misma historia llevada a la pantalla grande. Y novelas leía muchas, pero con nostalgia recordaba alguna de Boll, también deseaba ser calculadora como Rachel, la replicante, aún así cualquier talentoso músico podría componerle una sinfonía a ella. Rachel causaba desenfrenadas pasiones. Hello Deckard, voy al Nueva York del año 2010 y veo el barrio chino en donde te sientas a comer en un chifa. Yo solo no quiero inmutarme. Pero me inmuto obscenamente, como si el aire fuera un miembro más de mi cuerpo, como si yo lo sintiera doler y hasta sangrar. Es eso que está afuera de mí. ¿Qué es lo que debiera esperar? Siempre se está esperando algo, que venga el taxi a recogernos en un día que habíamos esperado desde hace meses, esperar a que nos llamen en la sala de embarque para abordar un avión con destino a un país al que esperábamos ir algún día, pero ella no esperaba que suceda eso. Eso. Esperaba hacer las maletas brevemente y atiborrarlas de objetos extraños, de esos de los que siempre se enamoraba, era fácil para ella engancharse con olores y formas de cosas innecesarias, pero bonitas. Vivir junto a lo bonito tal vez era más llevadero. O quizá todo radique en no esperar nada, en la no espera algo llegará. La no espera es un estado al que ella espera llegar. Entonces sí espera algo, es inevitable, va conectado al tiempo. Durante éste, algo debe suceder. Si pasa algo que no se espera, Straight no Chaser, The show must go on. Respirar profundamente, cerrar los ojos y ver el cielo distinto del país en donde estoy, porque el cielo también cambia. Valiente. Ana tiene el corazón tan rojo. Ella recuerda películas, una española que cuenta la historia de Oto y Ana, nombres capicúa, pensaba en palíndromos por esos nombres, pero luego recordó la pupila de Ana, que jamás volvió a ver a Oto, y ya no quiso acordarse más de la historia. Está anocheciendo, parecería que afuera, entre la niebla y el frío, nada tuviera sentido; es solamente el aire. Cada centímetro recorrido representa un aire distinto, como las aguas mutables del mismo río. Ella debiera esperar no cerrar los ojos, para no soñar con el águila sangrante. Ella piensa que es el ave que sueña, por eso no quiere verla muriendo. Yo espero que ella no sueñe eso. Eso. Es fuerte aunque pasional, entonces espera algo que le emocione. Nada tiene sentido si no emociona por eso tengo el corazón tan rojo.