domingo, 20 de abril de 2008

Morgana y la muerte


Morgana, la mujer de fuego, junta tus manos por los chicos que murieron contigo y sigue viviendo la logia con aquellos, los de la minoría, los especiales, un poco de mártires, un poco de inocentes. Tú solo buscabas el amor, pero quizá por tu honor hacia la muerte te juntaste con ella. Déjalos ir contigo en paz.


Sentada en sus huesudas piernas, “Morgana” le dijo a Damián que quería quedarse con él esa noche en su habitación. Deseaba solamente dormir junto a su cuerpo aunque no tuvieran sexo. Morgana buscaba de forma ansiosa y desesperada el amor, por tal razón esta chica de ojos delineados con lápiz negro había tenido tantas historias como para agotar incesantes noches de bohemia.
No la conocieron por su nombre verdadero, Verónica Yépez Salazar, quiteña, vecina de la Villaflora, 23 años, estudiante de Odontología de la Universidad Central. Lacónicamente Morgana en su grupo de vecinos, en el colegio, en los conciertos, en la facultad… Era una adepta del movimiento gótico, tan underground y minoritario en este Quito franciscano que parecería que se tratara de una logia satánica de guambras culicagados que practican la ouija.

Se sentó en las piernas de Damián, la dureza de sus huesos era una especie de protección para una mujer solitaria que alcanzaba a balbucear que no la dejaran sola. Las palabras salían de su aliento a vino de cartón y tabaco, quizá Damián adivinó la marca del último perfume de Yanbal en su cuello. “Eres lo más intenso que me ha sucedido, no me dejes ir sola Damián”, le decía, mientras una banda blackera se presentaba en un escenario improvisado de Vampiria, un bar al sur.

Era una costumbre eso de ir buscando amantes, como si el mundo se le fuera a terminar o quizá se fuera a morir de soledad. Para Morgana, sentirse a amada era como instinto de supervivencia y ella aspiraba a vivir tan largo como fuese posible.
Damián se quedó con ella esa noche a pesar de que las notas de ese perfume le quitaban el sueño. Efectivamente no hicieron el amor. Lo habían hecho antes y se sentía un poco enganchado, pero cómo no iba a querer a esa señorita de ojos grandes y pelo largo, quiteñísima, de estatura baja, y pluta. Sí, leía a Lovecraft, Mary Shelley, Bram Stoker, se pintaba la cabellera de negro azabache y se confeccionaba ella misma sus atuendos, al no encontrar muchas opciones para su estilo en este Quito de facha más bien tradicional. Incluso Morgana había asistido a un desfile de modas en el Vampiria y había adquirido recientemente un corsé de varillas diseñado por Mónica Quimbiulco, graduada en la UTE.

Al contrario de lo que lo gótico evoca, Morgana casi no lloraba, se embrutecía de alcohol para alcanzar su permanente hiperactividad. Sus conciertos favoritos constituian los tributos, el último al que había ido era el de Christian Death y la discografía del grupo que estaba descubriendo, Cocteau Twins, la obtuvo de la Internet. Así se conectaba con el nublado mundo dark de Londres. Quito y Londres se parecen, una apacible melancolía de lo anglo-andino se fusiona de esta manera. Esa lenta introversión vacua que no nos deja ser del todo felices y el eterno suspiro que huele a muerte. No queda nada más que embriagarse en una cantina y escribir poemas góticos, ser un vampiro de la noche y vestirse de negro.

No obstante, cuando Damián la dejó, Morgana se ahogó en un valle de lágrimas haciendo a honor a nombres como Lacrimosa o De lacrimas profundere, nunca había sentido tan de cerca el hecho de ser una chica gótica, se había lacerado la piel con un estilete y dejó de asistir a clases. Era como si debiera hacer un duelo y un funeral para despedirse de su amado a quien había jurado amor eterno en un concierto de minorías, a donde muchos asistentes van a tomar fotos para mostrar el lado exótico del rock quiteño.

Decidió seguir delante de una manera u otra, como lo exige la naturaleza del ser humano. “Ya no quiero saber nada”, se dijo para sí y se rasuró las piernas. Después fue a la computadora para ver la agenda de conciertos en tocadas.com, allí se enteró de que había uno gótico al sur de Quito. Pensó que este podría ser otro chance para conocer a alguien más en su desesperada búsqueda de amor.

Ese día, Quito, en el frío mes de abril, amaneció soleado, el silbido de los vientos de verano podía escucharse en algunos lugares en medio de la fuerza poderosa de las montañas que acompañan el sino de sus habitantes. Casi toda la ciudad estaba preparándose para ir a ver Riders on the Storm con los ex integrantes de The Doors. Unos pocos jóvenes como Morgana, los verdaderamente góticos de corazón, fueron al concierto en Factory, un local donde usualmente se hacían matinés para adolescentes.

Morgana se arregló como mejor pudo, se planchó perfectamente el cabello, había mandado a cambiar las tapas de sus zapatos, se hizo una mascarilla de aguacate, se puso rímel, por supuesto se delineó los ojos y se roció un splash con olor a algodón de azúcar. Se puso lip gloss en los labios y salió. Llegó puntual. A cada muchacho que veía pasar le hacía un zoom. Algunos conocidos le dirigían la palabra, pero no había nadie que le gustara mucho. Esperaba emborracharse pronto como si de verdad el alcohol se tratara de un embellecedor. “Solo así podré agarrarme a alguien”, pensó.

Entró al local y se paró justo al frente de la tarima para observar más de cerca a los músicos, pensó que alguno de ellos podría ser el acertado. Se cogía del pelo y de vez en cuando encendía un cigarrillo o compraba un vaso de cerveza, su falda se había enganchado a una de las esquinas de unos parlantes y se había roto por lo que tapaba disimuladamente cuando podía el hoyito para que no se le viera la piel de su cadera.

Quito estaba como siempre. La gente salía del patio de comidas del Recreo por centenas, había muchos deportistas en La Carolina y el mercado de San Roque también estaba abarrotado. De vez en cuando caían gotitas de lluvia a pesar del sol que hacía, como para recordar el extraño y loco clima de esta ciudad andina. Eran las 3 y 30 de la tarde.

Ante los ojos de Morgana una flama se formó en el techo del recinto. Lo primero que pensó era que la llama era parte del espectáculo, pero también miró caras de horror, no pudo correr. En segundos todo era llamas y humo. Una tragedia.

Morgana no aparece, en su búsqueda, en su desesperada búsqueda, halló el confort que le traían los conciertos góticos y de doom. Pensó que este iba a ser especial, el final, el que la iba a llevar por fin a un mejor estadio en su corta vida. Muchos murieron junto a ella, catorce historias más, como una escena de esos relatos trágicos que leía. Esta muerte nos deja heridos a algunos, como si fuera una advertencia que se va transformando en culpa.
Tres días de duelo nacional.

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