martes, 20 de mayo de 2008

La escafandra y la mariposa, una oda a la libertad

¿Qué nos separa de la irrealidad, de la prestidigitación, de un mundo de ensoñación? La carne, la materia, lo mundano. Finalmente el cuerpo, como en la Edad Media, podría ser una aberración que nos desvía de nuestras verdaderas intenciones y pensamientos, por el hecho de que una idea se filtre por los procesos químicos de las neuronas y el resultado no sea el símil de aquella idea primigenia. La idea se convierte en palabras, y la palabra es el disfraz de un pensamiento, una falacia a la que se refería Nietzche, que nos desconecta de lo que realmente hay detrás del lenguaje.

El hombre usa un lenguaje para comunicarse, pero desde ese punto ya no es del todo libre, se puede ser más libre solo en la libertad del pensamiento y en la genialidad de las creaciones de la imaginación. El cineasta Julian Schnabel apuesta por la mariposa que representa el vuelo de la libertad de la ensoñación en su última película, La escafandra y la mariposa, ganadora al premio como Mejor Director del Festival de Cannes en 2007, una de las mejores obras fílmicas de los últimos años, no tanto por la grandilocuencia del tema, sino por la hipersensibilidad que el director utiliza para llevar a la pantalla grande un libro que se enmarca dentro de la literatura francesa contemporánea

El cuerpo humano, ese conjunto de venas y humores, puede de pronto transformarse en una cárcel, en una celda monstruosa, que a su vez podría dar pie a la libertad imaginada, construida con un pasado, amoldada a un presente, con el peligro de desvanecerse en el futuro. En la muerte. Je veux mourir…¿esto es la vida?, piensa para sí mismo Jean Dominique Bauby, protagonista del filme, el ex director en jefe de la revista Elle, luego de sufrir un ataque cerebrovascular que lo conduce al estado del síndrome de cautiverio. Está irremediablemente atrapado en su propio cuerpo, tiene conciencia del mundo exterior, entiende, procesa ideas normalmente, pero no puede moverse ni hablar. Completamente paralizado, lo único que le es útil para comunicarse es su ojo izquierdo: un parpadeo para decir sí y dos para decir no.

La forma cómo está construida la película nos lleva a un recorrido por la introspección de Bauby. Desde su enfoque nos muestra su mundo exteriormente silente no obstante caótico. Bauby tiene mucho qué decir aunque ahora esté en una silla de ruedas, lo bañen como a un bebé como él cuenta, o le tengan que limpiar cada tanto la saliva que cae desde sus labios paralizados, tiene mucho qué expresar porque también ha nacido implícita la figura de la mariposa como contraposición de la escafandra que no lo deja ni respirar con libertad.

A Julian Schnabel se lo había conocido por dos obras cargadas de una sabia sensibilidad, Basquiat, la exaltación del pintor del grafiti neoyorquino, Jean Michel Basquiat, y otra biografía acerca del escritor cubano Fernando Arenas en Antes de que anochezca. Ha sabido acertar al escoger los actores de sus obras, un ejemplo claro lo fue Javier Bardem, quien ha fungido en sus papeles, entre otros, de un escritor que muere de sida o un asesino a sueldo, ahora con Mathieu Amalric (que encarna a Jean Do), no tan conocido en el ámbito del séptimo arte a escala de América, aunque tuvo papeles secundarios en Munich y María Antonieta. Emmanuelle Seigner, en el filme la ex esposa de Jean Do, es otra de las famosas caras que no se habían admirado desde hace mucho tiempo, una mimada francesa multifacética y esposa de Roman Polanski, magistral en Lunas de hiel, enigmática de La novena puerta y maternal en la cinta de Schnabel.



A través de experimentos de cámara, Schnabel consigue trasmitir al público un ambiente intimista, sobre todo muy humano, la idea de represión que es simbolizada en la figura de la escafandra. Bauby tiene que aprender a comunicarse y aunque el proceso es largo, en el que recibe la ayuda de una ortofonista, logra conectarse de alguna manera con su exterior. Con sus hijos y su ex esposa, su padre y su novia se ponen de manifiesto sentimientos que de otra manera no hubieran aflorado como la frustración de no poder tocar a sus hijos, de no poder estar con las mujer amada o conversar normalmente con su padre de 92 años, a quien había afeitado recientemente. Además recibe visitas de gente que no había visto muchos años y se fija en detalles de los cuales estando saludable tal vez no se habría percatado. Le molestan ciertas cosas que en la cotidianidad serían solucionables como impedir que el médico le apague la tele en medio de un partido de fútbol o quitarse una mosca de la punta de la nariz. Eso es la escafandra, no obstante existe su lado contrario simbolizado por la mariposa.

El agua, la libertad, el mar, la madre, atrapado en un traje de buzo y la escafandra en medio de la inmensidad es una de las imágenes grandiosas del largometraje, una metáfora en la poesía en conjunto de Schnabel: no hace falta entender la libertad humana, sino sentir la frustración de no tenerla, de que lo corpóreo haya desaparecido para entrar en un hoyo negro, no hay tiempo ni espacio. Allí, la imaginación es la única compañía, y quizá exacerbada y desenfrenada no sería la misma de existir la ayuda corpórea del lenguaje para poder comunicarla. Paralelamente está la referencia de El conde de Montecristo, cuyos parajes están impresos en la memoria de Bauby y los recuerda como si aquellos ya fuesen parte de sus propias vivencias...."solo tengo la vista y el oído y mi imaginación...".

Creo firmemente que Julian Schnabel plasma con asombro el sentir de Bauby, quien existió en la vida real y murió dos semanas después de la publicación de su libro en 1997. Conjuga una banda sonora de calidad -y muy versátil- así como los parajes del hospital, que representan a la represión y se contraponen a las imágenes de la naturaleza, sin duda la alegoría de la libertad. Recursos usados con maestría y mucha intuición.

La escafandra y la mariposa es una oda a la libertad, el canto sagrado y eterno del hombre a través de las manifestaciones artísticas y quizá la misión a la que este se encuentra encaminado mediante la representación del cuerpo como lo racional y lo material, y del espíritu como la imaginación y la libertad. El alma de Bauby, el idealismo filosófico yuxtapuesto al talento de un escritor, logra crear una obra, que en un inicio, antes de su aplopejía, iba a tratar acerca de la venganza femenina y terminó hablando de su propia condición de una forma estéticamente maravillosa, tan hermosa como la mariposa a la que nos remiten tanto Bauby como Schnabel.

domingo, 11 de mayo de 2008

De la patada china a Prozac Nation


Acabo de congeniar con Elizabeth Wurtzel y su sitial como escritora de la generación X, camisa de franela y happy pill. Hace 120 minutos salí de las que solían ser frenéticas horas de trabajo y que ahora se han convertido en la mayor esclavitud que transforma en una cuadratura absurda a las horas valiosas de mi existencia. Estoy más ciega y tengo conjuntivitis, 1.75 en el ojo derecho y 1.50 en el izquierdo, todo por leer 15 páginas de siete módulos de un medio famoso aquí, sobre todo por su mediocridad, qué ironía.

Wurtzel, una escuálida fanática de Bruce Springteen, ha copado los momentos vacíos de una diversa sala de redacción, destacada más por su parquedad que por una competencia, común en otras redacciones a las que he entrado en donde brillantes intelectuales se dan de quiños por ocupar un puesto como el de redactor de la sección cultura. Wurtzel fue periodista de una sección de artes, light sobremanera, la mayor fortaleza de una generación que tiene algo diferente que ofrecer, una lucha por ganarle al día: cepillarse los dientes, peinarse, comprar el lunch, y ser tan infeliz como para cortarse la piel y dejarse cicatrices dignas de verse en una película cuya protagonista es una borderline. Wurtzel, digna también de estar en la contratapa de su propio libro o portada de la revista Seventeen, es la fiel representante de la gringa que ya no se presta a digerir viejos problemas ni siquiera los nuevos, quizá de las generaciones que han vivido de cerca cientos de divorcios, familias disímiles y comodidad en exceso. Bored Generation, generación abúlica, Kids, Smashing Pumpkins…

Prefiero a Wurtzel que cansar los músculos de mis ojos leyendo acerca de la supertendencia de bancos o el Mandato 2 de la Asamblea aquí en mi país, Wurtzel escribiendo sobre sí misma y sus alusiones a la depresión, sus nimiedades, que son la confluencia de la búsqueda de un problema existencial. Desde esos años, los noventa, creo que ha sido eminentemente necesario en los países primermundistas crearse los problemas existenciales para tener de qué quejarse o de qué hablar o no hablar. No obstante, definitivamente leer sobre la vida de alguien resulta mucho más interesante que tratar de corregir los errores de sintaxis de una nota de actualidad, mal escrita, tan mal escrita que lastima los ojos solo de verla a grosso modo.

Lizzy se cortaba la piel en el gimnasio de su colegio, se había ido su padre de la casa; un acontecimiento que ahora podría ser un lugar común en la vida de cualquier personaje de una novela. Desde ese punto el personaje, Lizzy, Elizabeth Wurtzel, Eli, quedará sumida en la búsqueda de un lazo dependiente masculino. Ese es el problema recurrente de las mujeres de la actualidad, los junguianos aseguran que era predecible puesto que la liberación femenina produjo una fragmentación en la vida de pareja, que ya empezó con la madre de la propia Wurtzel.

Me engancha la vida de una neoyorquina inteligente cuyo gustos musicales son los que sobresalen en las conversaciones: The Gogo’s en la boca rosa de una chica criticando el pantalón chicle de una adolescente de los años ochenta, la boca de Elizabeth Wurtzel, que se convirtió en columnista de la Rolling Stone. Envidiable y roquera, y como se encontraba en el país de las maravillas, hizo dinero, pero criticó al gobierno que le dio de comer. Fundamentalista con sus propias ideas, eso sí.

Me parece que era tan delgada porque su único alimento era el Prozac, que es tan exactamente igual a la búsqueda de las bondades del XTC, famoso ya en los ochenta. El eslogan de Wurtzel pregonaba con lágrimas que la vida es una mierda pura y que ella era más mierda por la manera como afrontaba toda la mierda que la vida le proveía.

Veo con tragedia a mis compañeros de trabajo, los que pronto ya no serán, que con desfachatez demuestran sus fortalezas y esconden las mismas frustraciones que yo siento pero que debo eliminar como vísceras escupidas por mi boca. A lo mejor el trabajo sí es el matadero, como se refería el personaje que alude al violador Camargo Barbosa, en la nouvelle El Secreto de Xavier Vásconez, al trabajo que le tocó desempeñar alguna vez en su vida, encima en un ministerio público. El matadero, donde día a día debes luchar y tener trinchera para no ser bombardeado por las propias equivocaciones que muchas veces ocurren por falta de motivación. Allí matas poco a poco un espíritu ávido de crecer pero es ahí donde demuestras el carro último modelo o tu culito bien parado.

Somos un trabajo. La mayoría somos lo que “hacemos en la vida” y si abruptamente dejamos de hacerlo, nuestra vida deja de ser vida. Es el espíritu racional de la época en la que el amor ha perdido su lugar. El amor se ha inferiorizado. ¡Primero ten tu carrera y tu dinero, cásate establemente!, rezan los consejos de quienes, como borregos, forman parte de los seguidores de la presunta racionalidad. Y así les veo y hasta siento pena de mí por no poder compartir sus mismos enfoques, por frustrarme de estar encerrada en un solo lugar a merced de las órdenes de unos cuantos déspotas tontos vivos que se creen la gran caca, y desesperada por ver a mi novio para tener unas “horitas de amor”. Wurtzel se hubiera tirado de los pelos en “esta” redacción, ella es tanto más desenfrenada que una misma.

Entro al baño de luz de neón, lo que resalta aún más las ojeras de una dormida a las 4 de la mañana de un domingo y supuestamente dispuesta a levantarse con energías para trabajar en el domingo que se celebra el Día de la Madre en el mundo. Mis ojos están como inyectados de sangre, con una conjuntivitis que quise curar comprando garamicina en la farmacia de la vuelta de mi casa, qué espantosa estoy y sin embargo satisfecha de que exista Wurtzel para consuelo mío y de las mías, y de que una tenga aún el libre albedrío de renunciar a un trabajo ya que no le afectará a nadie más que a mí. Trabajaré en pijama, lo juro, con el jugo de naranja, aroma de café y gato sentado en las piernas.

“My depression did not occur in a vacumm, nor did it eradicate my urge and desire to get better if there was an earthly way to do so. As my mind seemed to slow-drip out of control, I was still able to contain some of the loss, to make use of the geeky A- student discipline I had cultivated over the years. I kept it all within the realm of something happening to a girl who still manages to wear designer jeans, who is still interested in applying purple mascara and turquoise eyeliner before leaving the house in the morning…”