sábado, 15 de agosto de 2009

Hello

Los hoyuelos en el rostro de quienes sonríen al desconocido son característicos en los gestos de los gringos en su país. En ningún otro sitio había visto a sonreír tanto al ser humano. Días antes, en Chicago, me sonreían jóvenes y viejos en algunos lugares recurrentes de la vida diaria de los habitantes de Estados Unidos: las tiendas, los restaurantes y las estaciones de tren. He entrado al país de la alegría. Espectaré cotidianamente los actos circenses que provocan las sonrisas de sus habitantes. No, más bien el ademán cirsense que es la sonrisa de los estadounidenses. Esa sonrisa, quizá un poco falsa, como la del gato de Cheshire, de la historia de Alicia en el país de las maravillas, va acompañada casi siempre de un Hi, Hello o Hey, y a veces me causan una vibra buena a pesar de la distancia que imprime cada uno en su individualidad, tan distinta a mi espacio, desde el físico, hasta el espiritual latinoamericano.

En Ecuador nadie sonríe. Yo estaba acostumbrada a esa mirada un poco ladina y apacible en la sierra que proyectaba el frío y la melancolía de un pueblo calificado como infeliz. Pero yo sí era feliz allá. No sonreía con un desconocido, pero me mataba de risa con mis amigos. Será que para el norteamericano todo el mundo es su amigo a pesar de que no lostienen realmente porque no hay tiempo suficiente para hanging around with friends fuera de la universidad. En Chicago era algo así. Pero en Tucson, no. La mayoría de sus habitantes son mexico-americanos, americano-mexicanos o qué se yo, no sé si hablar de mestizaje, alienación, hibridez o xenofobia, simplemente son parte de la cultura de un país multirracial, multicultural y variopinto. Tal vez entre ellos me siento menos latina, con su desastrozo spanglish, la obesidad de muchos de ellos, su ropa plus size y tatuajes de pandillero, yo, que de todas formas, también represento una mezcla dentro de las tan estudiadas culturas híbridas. Los chicanos no sonríen, bueno, algunos sí, lo más agringados. Tengo un estereotipo de este grupo que no deja fluir mi cotidianidad en Tucson, pero entro a la Universidad de Arizona y es otro cantar. Ellos allí no existen. Un mundo dentro de un mundo, de nuevo las sonrisas, la amabilidad y el mundo feliz. ¡Me encanta!, el eslogan de MC Donald’s es el corolario de la existencia de muchos norteamericanos felices de poder asistir a una universidad de excelencia en varias áreas académicas. No es Columbia ni Princeton, pero es lo mejor del sureste de los Estados Unidos. Hay indios, chinos, demás latinoamericanos, indígenas norteamericanos, europeos. ¿En qué estado estoy? Alma máter ad portas, Jesus I am in heaven, this is so amazing.

Bajar al estado del suroeste, Arizona, fue recordar los parajes de Pedro Páramo. Me sentí bienvenida al no-lugar, ese que es Quito y que finalmente sí resultó siendo un sitio, donde yo nací, el gran referente espacial. Esos cerros secos y fuertes vientos que distorsionan el paisaje de un lugar donde el tiempo cambia, en medio de un espacio infinito en el que quema caminar debajo del sol desértico en agosto. Eso lo había imaginado en las trafasías de Carlos Castañeda y así me enamoré de una energía que solamente habitaba en mi cabeza. Me había adelantado a conocer las calles aledañas a mi casa por Google Maps. Virtualmente ya había estado aquí y prácticamente era la única que caminaba por las calles en medio de los miles de autos que cruzaban la St. Mary’s Road. Junto a mi padre recorrí unas pocas cuadras que resultaron ser muchas bajo un sol canicular que enlentecía el pensamiento. El sopor y los cactus eran parte de mi vida, luego de la montaña andina y la Virgen del Panecillo.

Pero yo no soy Alicia Liddell, ni este es el país de las maravillas como muchos lo dibujan en su imaginario. Es el mundo, pero tampoco es el mundo. El mundo es lo que uno es y como uno lo ve. Es decir, hay cientos de millones de mundos, por lo cual de alguna manera el mundo es infinito. El cielo de Tucson no fue el mismo cielo que el mío para mi padre. Puede ser tan lúgubre este paisaje infértil como extraordinario para los ojos de quienes sufren de gran frío como en Boston o el mismo Chicago, no obstante vuela junto con el tiempo hacia el horizonte trasformando lo físico en una idea: el no-lugar donde yo no soy yo “consusabrigosnegros” sino la tropical de bronceadas piernas poco intelectual a pesar de sus rayados lentes.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Es cierto lo de las sonrisas; hay además otras formas de acercarse a la gente; por acá es distinto, en cierta forma todos somos sospechosos de algo y así lo perciben los demás. Y sin embargo hay todavía cierta mágica ingenuidad en la gente de quito, más si vives en un barrio, con todo lo que eso implica.
Y claro el espacio se adecua a uno, o uno lo transforma en lo que quiere o anhela.
Un abrazo.

Paola Calahorrano dijo...

Yo lo transformé antes de venir, pero hasta hoy este fue el que me he transformado. Vine desconfiada con una falsa sonrisa y quizá ingenua, como tú dices, y acá ya no soy la que era allá...

Unknown dijo...

eso es lo pleno, cómo vamos descubriendo cosas en nosotros sin dejar de ser los que somos en esencia.
ES como un juego que proporciona emoción y una adrenalina interesante,
saludos