sábado, 29 de agosto de 2009

Lollapalooza 2009: Desde el barro característico de Woodstock hasta la parafernalia de un millonario festival en la primera jornada nocturna

Depeche Mode, en el escenario principal

Llueve en Chicago. El verano húmedo de la capital del estado de Illinois se trasforma con las gotas del nublado cielo, gris y homogéneo. Como si la lluvia fuese costumbre en los grandes festivales de música en los Estados Unidos, Woodstock 69 y 94, el agua se funde con la tierra trasformando a los espectadores en hombres con extremidades de barro. Veo incluso chicas jugar con el lodo untándolo en sus pies, para así demostrar luego que fueron a uno de los eventos más significativos de la historia de la música alternativa. “Yo fui a Lollapalooza”, dirían y efectivamente corroborarían que presenciaron algo debajo de una lluvia en pleno verano que los demás roqueros no debían perderse, así este fuera el evento “comercial” más criticado entre la gente de preferencia alternativa. No podía faltar esta lluvia en la primera jornada de Lollapalooza 2009 (Lollapalooza significa “algo inusual y extraordinario”, un término que se oye en un corto de Los tres chiflados y Perry Farrel lo retomó para denominar al festival), el encuentro musical de tres días calificado como el “propio” de la Generación X, cuya primera edición fue organizada por Farrel, el vocalista de la banda de rock alternativo Jane’s Addiction en 1991. Desde entonces, cientos de agrupaciones como The Verbe, The Flaming Lips, Moby, Beck, Patti Smith, Kings of Leon, The Arcade Fire, Nine Inch Nails, Smashing Pumpkins, Sonic Youth, Morrisey y PJ Harvey han pasado por ahí, dejando una huella legendaria que ha quedado grabada en videos, discos y camisetas que los jóvenes se vuelven locos por comprar.

Foráneos y extranjeros llegan a un encuentro de rock, punk y rap que en otro país pararía el tráfico por completo, miles de personas se movilizan durante todo el día. Setenta y cinco mil diarias llegaron al Grant Park el año pasado; ahora quizá sean menos (unas 50 mil) por la recesión económica. Los buses y metros de vías aledañas se llenan de gente de hasta 35 años en trajes veraniegos de camisetas negras, tornasoles hippies, jeans rasgados, bermudas y sandalias. Desde Norridge, un barrio del norte de la Ciudad de los Vientos, se puede llegar al Grant Park, el lugar donde se desarrolla el concierto, en la línea azul del tren, dejando previamente el carro en la estación Harlem. Para moverse hasta dowtown, donde se encuentra ubicado el parque, se toma unos 40 minutos considerando las caminatas que hay que efectuar en una metrópoli del Primer Mundo.

Ya para las 19:00, la hora en que arribo para ver a los británicos Depeche Mode, la lluvia ha cesado por completo. Hay colas y colas de jóvenes; algunas chicas abogan por entrar y lo logran sonriendo a un joven encargado de una fila. Caminar hasta el escenario donde los Depeche se presentan (el Chicago 2016) toma unos 10 minutos, desde el norte, en cuyo transcurso observo decenas de stands de comida rápida y merchandise de Lollapalooza.

Seis escenarios se encuentran dispuestos en el parque, así como cinco áreas de decenas de baterías sanitarias, tres sitios con cajeros automáticos, 12 sitios de bebidas y agua gratis, y cuatro centros de rock y reciclaje, entre otros. Debo esperar una hora unos 50 metros frente al escenario para el performance de Depeche Mode. Para mí verlos en vivo es como una de esas cosas que te prometes realizar en la vida y que no obstante queda sin concretarse en la mayoría de los casos, sin embargo la fecha de mi visita a Chicago coincidió con este concierto sin yo haber programado nada. La gente llega y llega a paso superrápido, hasta tanto las pantallas gigantes a los costados del gigante escenario con cientos de luces robóticas exhiben videos de las bandas presentadas en ediciones pasadas: Red Hot Chili Peppers en 2006, Radiohead en 2008, Primus, Weezer y Arcade Fire en 2005, Pearl Jam en 2007…un sueño para los amantes de las agrupaciones íconos de la revista Rolling Stone. Los latinos son pocos, se destacan las caras de los hijos de los migrantes europeos con una lata de cerveza Budweiser en la mano o vino Santa Rita, que luego quedarán desperdigados en el suelo en una suerte de paisaje posmodernista y variopinto.

Regreso a ver y me encuentro justo en la mitad del público entre polacos, rusos, yugoeslavos, de los países balcánicos e incluso españoles, con el Sears Tower y sus 110 pisos a los lejos. Es que el electropop europeo no es un género tan acogido entre el público estadounidense, dice mi hermano Jimmy. Los sonidos de los celulares, blackberries, flashes de las cámaras…son parte de la cotidianidad en la espera por la presentación de cualquier grupo famoso. La euforia es distinta. Cada uno vive los momentos previos a su manera; hay decenas de gente solitaria así como parejas, y grupos grandes y pequeños de amigos, así como gays, lesbianas y transexuales, algunos tomados de la mano, que se paran adelante nuestro. La euforia estadounidense es incluso individualista, hay quienes saltan al ritmo de la música de fondo y otros quienes los observan con desgano, al contrario de la euforia latina, que invita al festejo compartido y a la convivencia.

Las grandes torres y los modernos edificios alrededor del parque iluminan el oscuro cielo, el paisaje urbano de uno de los conciertos más famosos del mundo, y en el escenario los cableros y arreglistas disponen los instrumentos para dar la bienvenida a la actuación de David Gahan, Martin Lee Gore y Andy Fletcher como parte de su Tour of Universe, sacado de su álbum Sounds of Universe, cuyas imágenes estéticas corresponden a los miembros de la banda vestidos en traje de astronautas. Empieza el recital con ‘Hole to Feed’, de su último álbum, seguida de ‘Wrong’ y luego ‘Walking in my Shoes’. Después, ‘It’s no Good’, ‘Question of Time’, ‘Precious’ y ‘Home’. Con esta última: “And I thank you for bringing me here/ For showing me home/ For singing these tears/ Finally I’ve found that I belong here”, llega un momento muy emotivo para algunos asistentes. Un joven a mi lado llora mientras la entona y otro a su lado prende un encendedor como parte de los cientos de encendedores que se accionan al unísono.

De Violator, un Dave Gahan de traje de cuero y estética electro dark, canta ‘Policy of Truth’, una de las canciones más famosas coreadas por la audiencia norteamericana, así como ‘In your Room’, ‘I feel you’, ‘Enjoy the Silence’ y ‘Never let me Down Again’. Pero el público no se queda satisfecho, los Depeche dejan el escenario por cinco minutos y cuando vuelven vienen melodías famosas como ‘Personal Jesus’.

Con una decena de canciones de casi todos sus álbumes, los Depeche Mode en cuyas espaldas se proyectan imágenes de video vanguardistas de colores vivos y dinamismo visual, se despiden con la entrega de un profesionalismo sorprendente en medio de la parafernalia de la producción millonaria del encuentro de jóvenes más famoso de los Estados Unidos. Todos los conciertos se terminan a las 22:00. Las avenidas Columbia y Congress, aledañas al Grant Park, están cerradas. Ríos de gente las cruzan en medio de vendedores improvisados, policías, grupos sentados en las bancas de los bulevares, para saturar las estaciones del metro. Las ambulancias pasan haciendo escándalo entre la multitud. En la estación de Jackson, un tumulto corre para entrar al tren que le conducirá hacia el norte de la Ciudad de los Vientos.

Este fue el final de la primera jornada de Lollapalooza 2009. Cada grupo acoge una diversidad étnica y racial en medio de una convivencia ajena a la mía cuyo lazo es la apreciación artística a grupos que representan la globalización mundial.


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