jueves, 27 de julio de 2017

París, mon coeur

Ana pensaba que era demasiado triste recorrer con su memoria los pasadizos desolados y lluviosos de París, pero los recordaba sin poder evitar personificarlos en la imagen de una mujer taciturna, solitaria y un poco loca (de esas que acumulan bolsas de plástico para cada objeto que portan). Ana, que huía de los atiborrados rincones de turistas que iban en pos del romantizado París, el de Jean Pierre Jeunet, nunca conoció ese París acaramelado y variopinto que alguna vez boceteó aquel director. En realidad, Ana había visto demasiadas ciudades en una sola construidas con los decadentes edificios de Detroit, y adornados de esculturas griegas y vitrales góticos. Lo que recordaba Ana era, sobre todo, esa inmensa tristeza que se cernía sobre la ciudad con cada gota de lluvia que caía durante la tardes de abril de hace exactamente cuatro años.
Con esos recuerdos, Ana acaba de encarnar a París en una mujer de mediana edad que todavía conserva una belleza lozana, una mujer que es difícil de abordar, hermética en su aguda sensibilidad. Está tan ensimismada que es incapaz de tener una fluida conexión con el mundo de afuera, o con nosotros, los latinoamericanos, que nada tenemos que ver con París si no fuera por nuestro enlace con su artificiosa referencia acuñada por escritores y cineastas. - “Creo que París no existe”, me musita Ana. Pienso que no existe sino como el corazón de esa mujer que Ana acaba de crear. -“Veo una mujer llorando, terriblemente triste, y su tristeza me conmueve increíblemente. Tengo compasión de la chica que fue esa mujer en su imposibilidad de quererse y encontrarse. Creo que lo lleva por dentro es una inaudita agresión a sí misma. Quisiera salvarla y con ella salvar un poco de esta humanidad perdida”.
Ana no sabe que en el fondo, de alguna extraña manera, se refleja en esa mujer y que al querer protegerla anhela recobrar el sentido de una ciudad fragmentada por aquellas referencias fantasmales que nunca existieron. Yo también veo en esa mujer, de quien Ana no deja de hablar, una extrañeza intrincada en un cuerpo blanco y escuálido, que simboliza una ciudad enferma en la que los mismos parisinos ya no quieren vivir.

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A Ana le duele el cuerpo de esa mujer, el cuerpo de París, débil, anoréxico, con sus venas azules sobresaliendo por la piel seca de sus piernas, y habitado de seres que no existen. Yo la peinaré, le pintaré los labios de rojo, le pondré un hermoso vestido y la sacaré a pasear con sus mejillas expuestas al viento salado del verano que estoy viviendo. No será más París. Sufrirá, pero ya no será un fantasma, será el puro corazón que imaginé. Coeur.