jueves, 23 de septiembre de 2010

Cigarettes (Russian Red), en el Living de Madrid 2008

tell me what it is, it isn’t fair
but I’m wasting time, cos it isn’t my heart, it isn’t my fault
and every situation understands, well
the anecdote of chasing the locations to your doors
’cos I’m wasting time, I’m wasting money again
and all the cigarettes that I have never smoked
and all the letters that I have never sent
he was sitting by the swimming pool
but he was scared, ’cos it wasn’t his time and it wasn’t his chance
getting older’s not been on my plans
but it’s never late, it’s never late enough for me to stay
’cos I’m wasting time, I’m wasting money again
and all the cigarettes that I have never smoked
and all the letters that I have never sent

domingo, 12 de septiembre de 2010

jueves, 9 de septiembre de 2010

9

Apenas abrió la puerta se dio cuenta de que había bajado un poco la temperatura. El sol tampoco estaba tan intenso, ya era 9 de septiembre, a un año de 9/9/9. El verano tardará un poco más en irse y con éste, ciertas incomodidades. Procuraba caminar harto. En eso, trescientos sesenta y cinco días habían pasado, por lo menos, días de vivir otra verdad y de hacerlo completamente sola. Recuerda la última idea, lo de vivir otra verdad, cuando quiere estar desocupada, porque podría no estarlo y más le vale que no se desocupe. Qué bueno que bajó la temperatura un poco, es mejor, para ella, no llegar sudorosa a la oficina, con la nariz y la frente húmeda, para luego verse al espejo sintiéndose ajena a esa condición implícita que aceptó alegremente cuando se enteró de que iba a cambiarse de país, y con ello mudarse de ropas, de relojes, de cepillos y peinados, de cientos de recibos y papeles con miles de números que jamás volverá a leer. Debería desechar eso que tanto guarda en la bolsa haciendo un bulto innecesario que se transforma en pesadumbre. Con cada objeto, como un marcador a medio usar, o un bolígrafo robado a uno de sus clientes –inconscientemente, claro- evocaban esos momentos que como un rompecabezas componen eso que se ha sabido llamar vida. Sí, tenía que escribir algo en un pizarrón (para enseñárselo a sus clientes), y siempre lo hacía con un marcador diferente, igual que con la pluma, cuando trataba de escribir “algo como un poema”, y tenía varios, desperdigados por muchos lugares, porque sabía que algunos se perderían. ¿A dónde se van esas cosas que se pierden? Alguna vez descubrirá en su casa algún rincón en el que se hallen objetos perdidos siempre recordados, otros jamás vueltos a recordar. A veces ni siquiera sabía ya lo que perdía porque nunca era del todo necesario. Yo las perdía y solo me daba cuenta de aquello cuando las volvía a encontrar. Trescientos sesenta y cinco días pasaron, la temperatura bajó y el dolor descendió a los dedos de sus pies porque quiere devolverse al pavimento, y éste no tardará en secarse de la tormenta. Es una celebración eso de vivir a través de otra verdad: como haber roto un ventanal a medio limpiar y cruzarse desnuda por el hueco dentado y filudo aunque se haya rasgado los hombros y el dorso. Porque quiso cruzar es que se rasgó y ahora está preocupada de esas cicatrices. ¿Y uno qué debe hacer con esas cicatrices? Mientras se las pueda ocultar para que no espanten, mejor, porque una cicatriz no apela a la memoria sino al miedo.