A medida que pasan los años, el bailarín y coreógrafo ecuatoriano Kléver Viera ha adquirido y fortalecido un lado radical que cada vez es más evidente, que arranca con Vista de Ojos, danza estática en primer plano, a través del trabajo dancístico que refleja el sentir de lo urbano y los problemas que conlleva el vivir en la ciudad.
Viera se nutre del imaginario ecuatoriano-urbano, a la vez alienado, a la vez posmodernista, sin olvidar sus raíces propias, su esencia andina.
La trayectoria de Viera, de casi 30 años, es sin duda uno de los aportes más importantes para el escenario nacional, por no decir el más importante, su trabajo ha sido siempre el más irreverente y provocativo de entre sus pares y colegas, que parte del espíritu, el sexo y el animal del ser humano.
El principal referente de Viera es el Tanzteather alemán, ya que el género teatral está vinculado a las últimas corrientes dancísticas relacionadas con el posmodernismo (fragmento, repetición, instrospección, “simpleza”, fragmentos musicales digitalizados, etc.). Así vemos en Viera utilizar un imaginario urbano-decadente en el que el hombre lucha por reafirmarse por encima del dolor y la existencia en un mundo que no ofrece nada más que banalidad, consumismo y trabas sociales.
En La última es-cena resulta magistral la conversión hacia lo estético de la problemática urbana que Viera ha plasmado en un tono oscuro y metálico; es precisamente en estos soportes, que se perciben en la obra a través del uso de trajes negros, cuero y chatarra, lo que convierte a la pieza -de una hora aproximadamente- en un performance contestatario, hasta cierto punto fascista, que ofrece al espectador la fuerza para ir contracorriente a pesar de la decadencia urbana en la que el hombre debe vivir actualmente.
Además resulta necesario destacar la combinación de la música en vivo a cargo de los recientemente reestrenados Sal y Mileto, quienes a pesar de haber puesto un alto a su trayectoria a raíz de la muerte de uno de sus integrantes, encontraron que una de la formas para volver al escenario fue el trabajo conjunto con Kléver Viera, quien precisamente parte de la muerte para regresar a ella y con la que ha elaborado trabajos de una espectacular belleza acorde con las últimas corrientes dancísticas a escala europea.
Sal y mileto logra fortalecer lo radical de la obra, pues con la utilización de melodías construidas a base del rock, el thrash, el jazz, lo electrónico-experimental, proporciona un ambiente “industrial” que roza temas: empezando por la temática de Vista de Ojos, la migración, tópicos como la soledad, la diferencia entre seres humanos y el rito fúnebre que empezó en el Arrastre de la caudas, con un espíritu rebelde y muy contestatario, mediante el trabajo individual de cada bailarín y sus visiones ante este tipo de problemas.
Ese es el proceso que Viera tiene para crear. Los movimientos mínimos que se perciben en cada bailarín son un producto que ha nacido a partir de las sensaciones internas y espirituales que pueden traer al tapete los temas que Viera viene tratando a partir del año 2000. Así, con un minucioso taller de experimentación, como él llama al armado de cada coreografía, resulta peligroso para sus alumnos el inmuiscuirse en cuerpo y alma para trasmitir al espectador sensaciones muy recurrentes como el dolor y la muerte, asimismo construirlo es un bautismo que limpia al bailarín para elaborar una infinidad de expresiones que el espectador siente de las misma forma, como un bautismo.
El hombre es el principal referente de Viera, al que lo toma desde un punto de vista religioso, de represión y autocastigo, como se nota en el Prioste (1989), una de sus tempranas obras, pero es partir del trabajo colectivo, en el que él no es un maestro sino un guía, en el que lo urbano se transforma en su imaginario, Vista de Ojos, Unos y Otros o el Arrastre de las caudas, Yo, otro eco, y finalmente La última Es-cena.
Así, la última creación de el colectivo El Arrebato y Kléver Viera no es sino continuar con el tópico de El arrastre de la caudas, en el que lo decadente expuesto anteriormente lleva al ser humano hacia una muerte-nacimiento, no dolorosa sino contestataria, por lo que la muerte en sí adquiere otro tipo de matices en pos de la reafirmación de lo humano o el renacimiento.
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