jueves, 8 de julio de 2010

Viaje

Era un ave con plumas finas, de color terracota, con un pico rajado. Seguramente le dolió en ese instante que se golpeó cuando intentó cazar una víbora que dormía sobre una milenaria roca. Yo pensaría que era un águila, por su imagen majestuosa, sobre la culebra de anillos rojos, ahí es cuando vi el color verde meneándose, alguien con una capa verde, decenas de hombres con capa verde, esperando algo. Sí, es inherente, de nosotros los humanos, la espera, pero hasta esperar, algo pasa que no esperamos y quizá la espera siga pero ya no es la misma, jamás lo será, como ese águila, diferente al resto de aves de su especie, por chocarse contra la piedra, aunque optó por una nueva estrategia de caza y descubrió que podía sobrevivir con otro alimento, bajo el mismo sol, ese que sí cambia de acuerdo al lugar, y el lugar que también cambia a los humanos. Regreso y no soy la misma que partió de este sitio. No nos hace falta ser los mismos, no es imprescindible la inmutabilidad, eso es para la ficción. La permanencia y lo finito no existen: él decide morir, en otro lado se decide la muerte de alguien, y yo saltando de nube en nube, soñando con ese águila de pico ahora roto. Pienso que no volverá a alimentarse, al menos de carne; de hoy en adelante le tendrá miedo a las rocas. La que soñaba con el águila se tinturaba el cabello de borgoña porque alguna vez había visto a una actriz de cine argentino con ese mismo color. Era feliz, por eso reía, cuando lloraba era porque alguien se había muerto o porque veía a esa misma actriz sufriendo en carne viva lo que había leído en una novela, en la misma historia llevada a la pantalla grande. Y novelas leía muchas, pero con nostalgia recordaba alguna de Boll, también deseaba ser calculadora como Rachel, la replicante, aún así cualquier talentoso músico podría componerle una sinfonía a ella. Rachel causaba desenfrenadas pasiones. Hello Deckard, voy al Nueva York del año 2010 y veo el barrio chino en donde te sientas a comer en un chifa. Yo solo no quiero inmutarme. Pero me inmuto obscenamente, como si el aire fuera un miembro más de mi cuerpo, como si yo lo sintiera doler y hasta sangrar. Es eso que está afuera de mí. ¿Qué es lo que debiera esperar? Siempre se está esperando algo, que venga el taxi a recogernos en un día que habíamos esperado desde hace meses, esperar a que nos llamen en la sala de embarque para abordar un avión con destino a un país al que esperábamos ir algún día, pero ella no esperaba que suceda eso. Eso. Esperaba hacer las maletas brevemente y atiborrarlas de objetos extraños, de esos de los que siempre se enamoraba, era fácil para ella engancharse con olores y formas de cosas innecesarias, pero bonitas. Vivir junto a lo bonito tal vez era más llevadero. O quizá todo radique en no esperar nada, en la no espera algo llegará. La no espera es un estado al que ella espera llegar. Entonces sí espera algo, es inevitable, va conectado al tiempo. Durante éste, algo debe suceder. Si pasa algo que no se espera, Straight no Chaser, The show must go on. Respirar profundamente, cerrar los ojos y ver el cielo distinto del país en donde estoy, porque el cielo también cambia. Valiente. Ana tiene el corazón tan rojo. Ella recuerda películas, una española que cuenta la historia de Oto y Ana, nombres capicúa, pensaba en palíndromos por esos nombres, pero luego recordó la pupila de Ana, que jamás volvió a ver a Oto, y ya no quiso acordarse más de la historia. Está anocheciendo, parecería que afuera, entre la niebla y el frío, nada tuviera sentido; es solamente el aire. Cada centímetro recorrido representa un aire distinto, como las aguas mutables del mismo río. Ella debiera esperar no cerrar los ojos, para no soñar con el águila sangrante. Ella piensa que es el ave que sueña, por eso no quiere verla muriendo. Yo espero que ella no sueñe eso. Eso. Es fuerte aunque pasional, entonces espera algo que le emocione. Nada tiene sentido si no emociona por eso tengo el corazón tan rojo.

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