martes, 5 de agosto de 2008

El cuerpo de Carlos Pulla

…podía comer con suerte alguna cosa suculenta a eso de las tres de la tarde. Nada parecido, claro está, a un encocado de pescado o una cazuela allá en Flor de Bastión. Esas delicias son pedazos felices de mi niñez que ya más nunca regresarán, quizá solo lo hagan en sueños, que es lo único de valor que llevo en mi talego de la existencia, muy pesado, pero aun posible de cargar. Buenos Aires era todo y nada, era también parte de mi talego desde los 13 años, cuando me di cuenta de que me atraía el cuerpo masculino y su exquisito miembro viril, más que cualquier plato de comida. Esa tal vez sea la razón para haber migrado a Argentina a ver machos altos y de ojos gatos, y una bola de discoteca que me inspira todavía grandes microfonazos al frente del Estero Salado. De todas formas podría ahora pensar que Buenos Aires no fue nada, que me comió entera y absorbió mi tristeza dejándome vacía, para ella misma convertirse en una ciudad abúlica, despiadada, la loca de la discoteca América.

Las delicias de Buenos Aires que ahora extraño son la mermelada de pomelo, las facturas de las panaderías de la Nueve de Julio y unas plataformas que abandoné en el cuarto de Héctor antes de decidir venirme a Mar del Plata, además de las viejas de buen talante que se paseaban comprando libros en el parque de Flores, que parecían moverse al ritmo de los Pibes Chorros. La vida acá es más barata y casi nadie me conoce. Baires estaba plagada de chavones malos y sucios, por lo menos ahora me he zafado de algunos viejos traveros.

Detesto las merluzas de 80 centavos de peso, son horribles, querida, son horribles, pero no hay para mejor alimento, no me queda más que comer la mierda de la mierda, claro para ajustar el bolsillo y poder conseguir un buen champú y makeup. Prefiero que Héctor me vea hecha una escoba a verme transformada en un espantapájaros. Le he llorado para que cambie esa actitud que tiene conmigo, pero lo amo y no puedo botarlo; te puedo asegurar que además de cualquier manera lo protejo de los putos que se le acerque con cualquier intención sean o no sean sus clientes. ¡Ah!, es que Héctor es vendedor ambulante. Vende medias de todo tipo y color, especialmente aquellas deportivas que yo usaba con pupos cuando me gustaba jugar fútbol, ¿lo recuerdas? ¿tendría unos 10 años? …Hectorín recorre de cabo a rabo la ciudad, lo que en un buen día solía garantizar que comiéramos una Patty. Ahora ya no comemos juntos y por eso lo extraño, pero a veces me hace daño. Lucho por él y yo misma debo admitir que no valora todo este esfuerzo.

Trabajo en el corazón de La Perla, en la llamada Ciudad Feliz. Ojalá este lugar hiciera honor a su nombre; los que habitamos en ella estamos tras un poco de su supuesta dicha, de la cadencia de la olas del mar, pese al horror que guarda el Río de la Plata en esa dictadura de la que todo el mundo habla, no obstante creo que el mundo sin dictadura es igual de triste y egoísta que se reconstruye con el sexo. Decían que lanzaron cuerpos vivos desde avionetas a este río, que monstruosidad; por esto lo respeto más, porque huele a muerte, lo contrario del sexo. El sexo es lo que mueve el mundo, es la panacea de la cotidianidad y el principio de la felicidad del ser humano. Por eso estoy acá aunque tenga nostalgia de mi país, pero prefiero no ver a mis hermanos tratando de ocultar tener lazos de consaguinidad conmigo. Tú fuiste la única buena y por eso puedo decir que sí te extraño. Mariana, te pido que no saludes a nadie de mi parte.

Otro sueño que es parte de mi talego es la operación que te conté en la última carta. Cuesta un dineral y con esta carestía creo que no pasará de ser un dulce sueño, yo trabajo exclusivamente para sobrevivir. Le doy un poco de plata a Héctor, pero sabes que vendiendo medias no le alcanza. Es que es para que no se vuelva loco, sin sus gustitos él no puede llevar las cosas en paz conmigo, yo quiero verlo bien y de buen genio.

Aquí me llaman La Ecuatoriana, no Jessica, para identificarme dicen. Puedo afirmar que me ha ido bien hasta ahora, claro que he tenido que arreglármelas para obtener el dinero justo cuando no he conseguido clientes, haciendo chauchas aquí y allá en diferentes fábricas, pero en cuanto tenga más plata te la mando directo a ti, sé que necesitan en la casa para poner un techito nuevo.

Te escribiré pronto
Tu hijo Carlos
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Jésica, la paria ecuatoriana
(Tomado de Página 12)

La travesti hallada descuartizada en Mar del Plata se llamaba Jésica y le decían La Ecuatoriana. Paraba en La Perla y tenía un novio que, según los investigadores, es parte principal en las hipótesis. Sus compañeras dicen que la golpeaba. Esta es su historia.

Por Emilio Ruchansky

No tenía casa, ni amistades, ni ocupación fija. La travesti descuartizada el fin de semana pasado era una perfecta paria. Se llamaba Jésica y en la parada del barrio La Perla, una zona roja tradicional de Mar del Plata, la habían apodado con su gentilicio, La Ecuatoriana. Hacía cuatro años que merodeaba la Ciudad Feliz con la depresión a cuestas: su chongo la golpeaba, pero ella lo amaba y no podía dejarlo. Los dos tomaban cocaína en exceso y Jésica La Ecuatoriana robaba para proveer a la pareja. Se iba a la parada, levantaba clientes y después los “ripeaba”, como dicen las travestis. Ayer, el fiscal del caso aseguró que de estos datos surgen sus dos líneas de investigación. El asesino puede ser el novio o un cliente que quiso vengarse.

“Jésica vivía llorando”, recordó Camila Schneider, una travesti que para hace 10 años en la esquina de 9 de Julio y 20 de Septiembre, pleno corazón de La Perla. “Venía desnuda a trabajar, era un escándalo. Andaba así por la vida, la echaban de todos los hoteles y no tenía dónde dormir. Un día hasta me pidió alojamiento para ella y para su chongo. Yo la aconsejaba, todas le decíamos lo mismo: que se separe, que trabaje para ella y no para él”, comentó Schneider en diálogo con PáginaI12. Más de una vez, agregó, la vieron a las piñas con su novio en la playa y “después se metían desnudos al mar, salían y terminaban cogiendo en la playa”.

Hace cinco años que las travestis que emigraron a Mar del Plata, en su mayoría peruanas, coparon La Perla, un barrio ubicado entre el centro de Mar del Plata y la zona bolichera de Constitución. Jésica La Ecuatoriana tenía muy mala fama porque no respetaba ningún código. Tenía 27 años y aunque la aconsejaban hasta las señoras prostitutas de 50, había enloquecido de amor. “Su novio venía a la parada a buscarla y le pegaba adelante de nosotros, es un enfermo de la cocaína y de la noche”, aseguró Camila, que más de una vez recibió la queja de algún cliente suyo que estuvo con Jésica y se quedó sin celular o sin billetera. “Jodete, fijate con quién salís”, les respondía.

Su mala fama llegaba hasta la otra gran parada marplatense, sobre la avenida Luro, entre Independencia y San Juan. Allí, Mara Cambarelli, del Grupo Transparencia Marplatense (GTM), repitió lo mismo que le dijo a la policía anoche: “Vivía cerca de la terminal de micros, tenía problemas con su pareja, las drogas y el alcohol, y además robaba”. Esta dirigente trans aseguró que Jésica La Ecuatoriana andaba sin documentos, como muchas de las chicas que vienen de otros países. Los investigadores del caso informaron que tenía antecedentes delictivos por robos y hurtos, por lo que no descartaban que el crimen fuese un “ajuste de cuentas”.

El fiscal a cargo, Mariano Moyano, contó que anoche él y varios agentes de la Comisión Interdisciplinaria abocada al caso buscaban recabar testimonios de otras travestis de La Perla “con la dificultad que esto implica”. La comisión, integrada por la Departamental de Investigaciones, la policía distrital y personal de distintas comisarías, recorrió las paradas para dar con los datos del chongo o averiguar dónde estuvo la víctima las horas previas al asesinato. Su cuerpo, seccionado con un cuchillo y repartido en bolsas de consorcio, apareció el domingo temprano frente a la parrilla en San Carlos, un barrio humilde en las cercanía del puerto.

Ayer, luego de la autopsia, se disiparon muchas de las fábulas que rodearon al caso. Entre otras, la supuesta ausencia del pene, que fue desmentida por los investigadores, que insistieron con que el cuerpo estaba “entero”. También se supo que Jésica La Ecuatoriana tenía un orificio en el talón, se sospecha que por allí le habrían puesto un gancho para colgarla como una res y cortarla. Murió horas antes de que la encontraran, tras recibir un golpe y dos cuchillazos que la dejaron inconsciente y ser degollada aún con vida. Después el o los asesinos la cortaron en seis partes. Dentro de la bolsa había un par de guantes quirúrgicos y una bombacha, anudada al brazo de la víctima. Sus genitales fueron triturados, y todavía no se sabe si la violaron. Nadie, por ahora, reclamó sus restos.

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