domingo, 29 de junio de 2008

En las manos de Rita Hayworth


Her hair is Harlow gold,
Her lips sweet surprise
Her hands are never cold
She's got Bette Davis eyes
She'll turn her music on
You won't have to think twice
She's pure as New York snow
She got Bette Davis eyes
And she'll tease you
She'll unease you
All the better just to please you
She's precocious
And she knows just what it
Takes to make a pro blush
She got Greta Garbo Stand off sighs,
she's got Bette Davis eyes

She'll let you take her home
It whets her appetite
She'll lay you on her throne
She got Bette Davis eyes
She'll take a tumble on you
Roll you like you were dice
Until you come out blue
She's got Bette Davis eyes
She'll expose you
When she snows you
Off your feet with the crumbs she throws you
She's ferocious
And she knows just what it
Takes to make a pro blush
All the boys Think she's a spy,
she's got Bette Davis eyes
And she'll tease you
She'll unease you
All the better just to please you
She's precocious
And she knows just what it
Takes to make a pro blush
All the boys
Think she's a spy,
she's got Bette Davis eyes


Cuando miré a Rita Hayworth no pude entender por qué pronunció aquella frase de “Todos los hombres se acuestan con Gilda pero se levantan conmigo”. La imagen que observé se trataba de una foto muy antigua, claro, de los años treinta supuse. Dudaba que esta diva en su vida cotidiana fuera tan aburrida, como varios hombres la describieron, entre ellos, Orson Welles. La comparé con María Félix y sus cinco matrimonios. Hablé varias veces de esta última como una gran noticia para mí. Cinco matrimonios, pensé, y para empezar solamente uno siento que la decisión cerebralmente caótica del ser humano es superada por la intensidad del corazón. No concibo vivir cinco veces esta misma emoción. Es inhumano, digno de las actrices del cine negro.
Las dos estrellas se casaron varias veces, deseadas fervientemente por varios hombres debido a su inigualable belleza que realmente hechizaba. Muchos hombres quieren a una mujer bonita a su lado y mientras menos moleste, mejor, pero, ahí viene el pero, la mujer siempre “molesta”, es la piedra en el zapato de la racionalidad masculina, es el detalle absurdo que prepara unas lágrimas quizá hormonales y muchos dolores de cabeza premenstruales.

Hayworth, no Gilda, bailaba en su inocencia, irradiaba sexualidad en sus papeles, no obstante en la vida real se guardaba para sí misma. No lo podía creer. Si fue realmente así, qué actriz tan excelente, qué dotes histriónicos, qué talento. Más talento que la propia Monroe, diva por antonomasia, la primera y quizá la última. Monroe fue más parecida a Gilda, no necesitaba el talento para representar, era ella misma en la pantalla. Rubio platinado y polvos Coty, imagino, con fragancia de Channel n. 5 o Balenciaga Dix, abrigos y estolas de Mink, por eso los caballeros las prefieren rubias. Este tipo de rubia, esta actriz, mitad vampiresa mitad niña, no es tonta, es más irracional, por lo tanto más sexual. Hacer el amor con una mujer histérica siempre es más interesante, se entrega salvajemente al acto por el impulso desnudo de su visceralidad. Miller tenía razón. Asimismo, entre otras cosas, fantasea con tener una cintura de avispa o con algún accesorio Louis Vuitton porque los abrigos de Mink ya no están de moda. Detalles estéticos, emociones amorosas, belleza y pasión.



Femme fatales, creadas o no creadas, auténticas o falsas, el mundo se mueve alrededor de la seducción de una mujer, lo hace girar en sus manos, lo enamora, lo envuelve y lo destruye, con o sin alevosía. Así de fácil. Siendo como podría ser la mujer, el mundo actual la obliga a competir con el hombre y a volverse racional, dejando de lado sus arquetipos de Afrodita, Hera y Atenea. Reclamen, mujeres sus derechos, no son ni lo uno ni lo otro, olvidándose de que representan el esteticismo, el amor y la intuición de la naturaleza, no la tontería que el feminismo enfoca en el papel de la mujer decimonónica. Que me maten las feministas andróginas y lesbianas, y las que no lo son también. Sí podemos competir con el hombre, pero sin olvidarnos de nuestro papel primigenio. Podemos optar por no ser madres, pero no creo que esta decisión sea del todo natural. Podría pensar como Charles Darwin o estar a la par del Génesis y hasta afirmar que la mujer en efecto sí es la costilla del hombre, yo diría que es su corazón, lo más grandioso que puede poseer.

Todas, absolutamente todas, somos parte de la quintaesencia del magma ardiente del universo, en nuestras manos está el amor de la creación. Somos divas o cuasi divas y sentimentales, una forma de ser ahora inferiorizada. El amor per se ha pasado a segundo plano, bajo la sombra de la estructura cerebral del tiempo actual.

Agustín Lara, un hombre más bien desengañado, amó entrañablemente a “La Doña”, María Félix; con su fealdad fue considerado uno de los rompecorazones más sobresalientes de su época, un verdadero playboy. El don de la palabra funcionó con él, la diversión de su léxico racional, la exactitud de su verborrea que empañaba totalmente la lacra del teléfono que tenía en su rostro. ¿A qué mujer le perdonaban este tipo de cicatrices? Quizá un parafílico lo pudo haber hecho, con afición por las lacras o alguna clase de deformidad, digno de un personaje de Crash. El estereotipo de la Bella y la Bestia existe, la mujer bonita progresa, así como el carisma y la galantería de un hombre. Es simple. Como ponerlos juntos a la Monroe y Vaughan, el personaje lleno de lacras que David Cronenberg llevó a la pantalla con gran acierto.

¿Qué tal ver una Elizabeth Arquette con medias de red y muletas? No suena tentador pero en manos de Cronenberg su belleza lasciva se conjuga, como una sinfonía, con las proyecciones de parafilias y desviaciones con precisión y estética. Aun así, Arquette no deja de ser hermosa, la rubia femme fatale. Las historias de Cronenberg son como aliens en medio del la linealidad de las tramas de Hollywood, incluso del cine independiente. Están destinadas a un público exigente.

No me cuesta hablar de la mujer como si fuese Ana Karenina o Madame Bovary, siempre en aras del amor, deseada y hasta lejos de esa racionalidad, con la que a fuerza del mundo contemporáneo la mujer quiere progresar. Indudablemente el feminismo fue un salvaje retroceso. Lo que pesa es el amor, los mil y un títulos de las intelectuales se quemarán en la chimenea de la casa de uno de sus sobrinos nietos en el año 2025 pero su pasión jamás será efímera, y la pasión es universalmente muy femenina.