"In My Secret Life" (Leonard Cohen)
I saw you this morning.
You were moving so fast.
Can’t seem to loosen my grip
On the past.
And I miss you so much.
There’s no one in sight.
And we’re still making love
In My Secret Life.
I smile when I’m angry.
I cheat and I lie.
I do what I have to doTo get by.
But I know what is wrong,
And I know what is right.
And I’d die for the truth
In My Secret Life.
Hold on, hold on, my brother.
My sister, hold on tight.
I finally got my orders.
I’ll be marching through the morning,
Marching through the night,
Moving cross the borders
Of My Secret Life.
Looked through the paper.
Makes you want to cry.
Nobody cares if the people
Live or die.
And the dealer wants you thinking
That it’s either black or white.
Thank G-d it’s not that simple
In My Secret Life.I bite my lip.
I buy what I’m told:
From the latest hit,
To the wisdom of old.
But I’m always alone.
And my heart is like ice.
And it’s crowded and cold
In My Secret Life.
*A propósito del bovarismo que se deriva de la famosa obra de Gustave Flaubert, que precisamente no desencadena una definición que se ajuste a la forma de ser de su protagonista Emma Bovary, usaré este término, utilizado más bien en la psiquiatría para referirse a un trastorno de personalidad esquizoide, con el objetivo de aludir personajes femeninos que, como en una gran obra de teatro, han pisado la alfombra roja al retratar a mujeres inconsolablemente insatisfechas.
Del s. XIX puedo tomar a dos mujeres, como lo hizo Stephen Daldry en Las Horas con Virginia Woolfe y dos mujeres más de distintas épocas (Laura Brown-Juliane Moore y Clarissa Vaughan-Meryl Streep) para analizar un complejo universo femenino que choca con el contexto social en el que se desarrolla, con el fin de definir, desde un punto de vista más emocional, a dos personajes clave de cintas íconos en la historia del cine: The Bridges Of Madison County (Clint Eastwood, 1995) y Little Children (Todd Field,1996), cuya trama se desenvuelve alrededor de la infidelidad.
Tenemos a Francesca (Meryl Streep, de nuevo destacándose) y Sarah (Kate Winslet), quienes insertas a las perfección en sus difíciles personajes, en el arquetipo primario de la mujer: afrodita, y que enamoradas del amor, son capaces de “serse fieles a sí mismas”, como asegura Francesca en uno de sus tres diarios leídos por sus hijos cuando ella ya está muerta. Ser fiel a sí misma significa seguir al pie de la letra, literalmente, el deseo, quizá reprimido en su condición de amas de casa, condición de la que también reniega, en pos de una reivindicación femenina, Emma Bovary, un referente de Sarah, quien la denomina como un símbolo del feminismo, no por el placer de traicionar o satisfacer un deseo carnal del que las mujeres no están exentas, sino por el poder de tomar las propias decisiones a costa de las reflexiones morales de la sociedad de la época.
O sea, bovarismo se traduce como un sinónimo de insatisfacción, como narra esta obra primigenia de los clásicos de la literatura universal que coloca sobre la mesa a Emma junto a una serie de personajes femeninos en los que Ana Karenina también ocupa un lugar. Ana fue uno de los personajes que más impacto me causó en la adolescencia, sin conocer a Emma, quizá porque en la sique femenina priman las emociones y porque la mujer visceral está doblemente condenada a la angustia al solucionar sus conflictos a fuerza de Afrodita o Hera, con suerte, de Perséfone, pero casi nunca de Atenea. Atenea es talvez un arquetipo demasiado masculino para las infidelidades de Afrodita. Así, estos personajes se encasillan, desde el punto de vista de la psicología junguiana, en el patrón de la mal llamada femme fatal, cuyo ego se identifica erróneamente con Venus y cuya vida está regida por este arquetipo hasta acabar con ella. Ese es el peligro latente. Es verdad que así se puede morir de amor.
Ana, Emma, Francesca y Sarah están casadas, sin embargo, seguramente lo hicieron por cumplir, y por ser fieles a sus familias, los cánones en la cronología de la vida de una mujer acorde con el tiempo en el que les tocó nacer. Ana y Emma, de plano, estaban signadas por un futuro poco prometedor que las encerraría en el hogar de una mujer casada preocupada por sus hijos y tutores, y por los manjares que la mesa europea brindaba a las familias, incluso de aquellas venidas a menos. La mujer no es loca, es emocional hasta el tuétano y se retuerce su alma si no cumple a cabalidad cada uno de sus sueños, así es imposible seguir con una vida normal en la que el inconsciente está gritando enardecido que esta es la vida que Ana Karenina o Emma Bovary no han soñado para ellas. Y el amor será también el horror. ¿Qué queda después de eso sino morir? Ahí está Ana carcomida por la pasión de Wronsky, angustiada por los fantasmas de la malicia, que reviven los actuales esperpentos de una mujer sumamente intensa, que ama en cuerpo y alma, que se vacía hasta el punto de no tener nada más para entregar. Quizá también Ana Karenina sea un cuento de hadas de cientos de páginas donde lo importante no solamente son las decenas de personajes que confuden al lector y cuyas historias están narradas en medio de una pudiente aristocracia zarista. Recordé que mi profesora de literatura rusa leía Ana Karenina, “a manera de descanso” para poder dormir por las noches al final de una larga rutina de análisis de obras verdaderamente “difíciles”. Pero para mí solo el hecho de analizar a Ana ya se ha tornado en un sacrificio en el que es difícil liducidar, peor, juzgar, a un personaje desde una óptica totalmente objetiva, es más incluso práctico identificarse desde algún punto de vista con algunos personajes para llegar a una conclusión que ha sido aprehendida en la vida de cada lector. Es que esa es la literatura.
En las rieles del tren y con arsénico, así terminan una vida llena de avatares, angustias, sufrimientos y lágrimas pese al exarcebado sentimiento amatorio con el que dirigieron su vida. Pero la muerte es asimismo un recurso que queda enlazado al drama del siglo XIX, romántico y moderno, muy lejano si se discute acerca de Francesca, la granjera, o Sarah, la ama de casa de un suburbio en EEUU. Tan iguales resultarían ser estos lugares apartados del corre-corre de la metrópolis norteamericana en comparación con la vida aburrida y familiar de dos mujeres que tienen que preocuparse de sus hijos y que seguramente no nacieron para aquella “titánica” tarea. Con ellas entiendo que “no todas las mujeres tienen que ser madres” ni que la única tarea de la mujer es la maternidad. ¿Quién ha dicho que todos los hombres deben ser padres o que un hombre está totalmente realizado cuando es padre?
Sarah descubre a su marido, amante de la pornografía, masturbándose, en una cómica y bien lograda escena de Little Children, al frente de la pantalla de una computadora. Ni el espectador llega a conocer a su aislado esposo. Tampoco se identifica con sus tradicionales y miedosas vecinas, quienes además juzgan al acosador de niños recién salido de la cárcel. Sí, tiene dinero, pero no tiene nada más qué hacer. Podría escribir, estudió literatura, precisamente este dato es lo que me ha hecho enlazarla con Francesca, apasionada por Yeats y un fotógrafo artista del National Geographic, Robert Kincaid. Quieren algo diferente. Un alternativa de vida. La que no fue optada por ella jamás y la proyectan en otra persona, y amándola se aman a sí mismas. Sarah traiciona a su marido con el primer hombre diferente que ve en un abandonado vecindario de clase alta, cree enamorarse y hasta hace todo lo posible por escaparse con él. Sin embargo su derecho a tomar una decisión sobre un futuro en el que un error sembraría dolor, como sucede con Francesa, decide continuar con su vida real, la que ha construido durante mucho tiempo.
Así, bovarismo no es insatisfacción amorosa, es insatisfacción de vida. No solo existe un vacío emocional si no un capricho que conduce a cometer acciones de toda índole. El capricho de Emma desemboca en la bancarrota familiar, al igual que el mitómano que se construye una vida pararela a su existencia real y vacía, en la que la maternidad juega un papel poco importante, como sucede con Karenina, y en la que el hombre, en papel de marido, queda reducido a la culpa de esa insatisfacción, el reflejo del letargo y aburrimiento que les produce la vida aparentemente tranquila de esposas y madres, y en la que tampoco ven las recompensas de su “entrega” en cuerpo y alma durante esta etapa en cada mujer.
Francesca y Sarah dieron rienda suelta a su feminidad, reivindicada sobre la base de la insatisfacción que en algún momento las despierta de su sueño eterno, sin necesidad de ser el verdugo de los seres que la rodean. A sus pies tienen la posibilidad de decidir, y deciden por la suerte de su futuro ya construido.
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